Por un puñado de pastillas

Carmen Blanco Sanjurjo

SOCIEDAD

28 ago 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Entré en la farmacia muy decidida, pero no fui capaz de hacerlo. Delante de mí estaba un señor mayor, que buscaba en su cartera la tarjeta sanitaria. Pensé que sería mejor esperar a que se fuera, por eso cuando la farmacéutica me preguntó si quería algo le dije que no, que solo quería mirar unas cremas.

Luego entró una chica joven con un bebé, también dejé que pasara delante, el corazón se me salía del pecho, respiré hondo mientras disimulaba mirando el precio de un champú.

Veinte euros, qué barbaridad, ni que tuviera música, con proteínas de seda, debe dejar el pelo de maravilla, abrí la tapa y lo olí. «Es buenísimo», me dijo la farmacéutica. Le sonreí mientras que lo volví a dejar en su sitio. «Un poco caro», le dije.

Ahora estábamos solas, era el momento, me sudaban las manos, respiré hondo y metí la mano en el bolso, nunca hubiera podido imaginar que aquello iba a resultar tan difícil, pero tenía que hacerlo, así que me acerqué al mostrador, pero justo en ese momento sonó de nuevo la campanilla de la puerta y entraron en tromba unas jovencitas que querían unos caramelos de miel y limón. «Atienda, atienda», le dije a la buena mujer, mientras que de nuevo me concentraba en los frascos de gel y leche de almendras.

Esto es una señal, me dije a mí misma, no va a salir bien, no puedo hacerlo, pero otra voz dentro de mí gritó: «¡Sí que puedes! Lo has imaginado todo hasta el más mínimo detalle y ahora no puedes echarte atrás, has recorrido más de cien kilómetros en autobús y en este pueblo nadie podrá reconocerte».

Era verdad. Nadie hubiera podido reconocerme. Me había vestido de manera muy diferente a la habitual, toda de negro y con un gorro que me escondía el pelo, iba diferente, pero respetable, no quería llamar la atención. Esa voz interior tenía razón. Tenía que hacerlo. Así que cuando se fueron las niñas respiré profundo, saqué mi receta y le expliqué a la farmacéutica lo que me pasaba.

No podía pagar aquel medicamento, pero lo necesitaba. Por eso le llevaba la receta, para que viera que era verdad. Yo quería que me dejara poner una hucha para ir juntado el dinero y luego comprarlo, pero ella me lo dio en ese mismo momento, sin dudar un instante.

No se preocupe, me dijo con una sonrisa, mientras colocaba la hucha en el mostrador, ya se irá juntando. Me fui. No quería llorar pero las lágrimas iban cayendo sin yo poder evitarlo.

Carmen Blanco Sanjurjo es actriz.