Tan humano como cualquiera

SOCIEDAD

28 feb 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Si por motivos fuera, no solo Benedicto XVI, sino la mayoría de los habitantes de la Tierra tendrían derecho a decir «que paren el mundo, que me bajo». Renunciar es un verbo que no estamos acostumbrados a conjugar, salvo por obligación, y no cabe duda de que entre las diversas teorías que han circulado desde que el papa anunció su decisión hay algunas de fuerza mayor. Pocos, sin embargo, han incidido en algo tan natural y ley de vida como es la edad. Joseph Ratzinger tiene casi 86 años; si su cargo se rigiera por las normas de cualquier otra ocupación terrenal, llevaría más de dos décadas jubilado, disfrutando de eso que llamamos «un merecido descanso» tras toda una existencia dedicada al estudio y al trabajo. Con más motivo si, como en su caso, los últimos ocho años ha tenido un empleo full time y de responsabilidad extrema (aunque con la ventaja de tener que rendir cuentas solamente a un Jefe) ¿Sabemos a qué se dedica un papa? No solo oficia misas, imparte bendiciones y recita el Ángelus, nombra y destituye obispos, crea diócesis, redacta discursos, estudia y modifica la legislación vaticana, tiene que ocuparse de las finanzas, de la doctrina, encarar asuntos oscuros como lo han sido la pederastia y la corrupción en la Iglesia... Y entre medias, viajar a decenas de países, dejar que lo exhiban en un todoterreno descapotable y levantar en brazos a algunos niños. Dejemos, pues, que este hombre, que llegó como el «guardián de la ortodoxia» y se va como el primer papa que renuncia en seis siglos, pueda pasear por los jardines de Castelgandolfo con la certeza de que el representante de Dios en la tierra es tan humano como cualquiera de nosotros.