MEDIO FERRADO | O |

09 abr 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

EN TODOS los campos de actividad cala la convicción de que las cosas nos entran por los ojos, de ahí que tengan tanta importancia los logotipos y los colores corporativos. Un símbolo bien logrado transmite mucho más que una cara conocida, aunque sea la de Jennifer Lopez, y ahorra enormes inversiones en publicidad. Repasando (gracias, sobre todo, al trabajo de Ramón Cid, del IES de Sar) las hazañas de Antonio Casares, el monfortino que a mediados del siglo XIX encendió en Santiago la primera luz eléctrica de España, es inevitable llegar a dos conclusiones: primera, lo mucho que ignoramos de nuestra mejor historia, y, segundo, lo mucho que cuesta esa ignorancia. Sobre lo primero ya se ha hablado y se hablará más todavía en estos tiempos de recomposición histórica. Sobre lo segundo, sorprende que Unión Fenosa, deudora de la ciencia y a la que aún llamamos la eléctrica gallega, haya esperado hasta el siglo XXI y a tener su sede en Madrid para reconocer el hito de Casares, como hizo patrocinando la exposición del año 2001 sobre aquel hecho. En 1968, para celebrar su 25 aniversario, Fenosa aún atribuía a un científico catalán el éxito de Casares. Cuánto podría ganar la empresa si hiciera suyo el éxito del sabio monfortino; por poder, manteniendo su sede aquí, podría hacer suyo hasta el milagro lumínico del bosque de Libredón. Pero así son estas fortunas absentistas; desprecian el valor inmenso de los símbolos, aunque les cueste dinero.