«Encerramos às segundas». La casa del Monte do Faro estaba desierta. Siempre está desierta. Los portugueses, tan aficionados al picnic , ocupaban dos mesas del viejo merendero que se extiende por la vaguada del monte hacia los campos próximos al Miño. Pero dentro de la albergaría no ocurría nada. Aparentemente. Es un lugar misterioso. Un invierno, tras reservar un cuarto individual en esta casona de eremitas, el encargado aseguró que era el único libre y que la ocupación estaba al cien por cien. Pero en los días que siguieron no se vio a nadie en los pasillos, ni en el comedor, ni en la explanada de liquidámbares que lo rodean. Sólo en los paseos de la tarde, entre los árboles desfigurados por la niebla, se veía la figura oscura e inmóvil del guarda de la capilla, escrutando desde un alto los vagos movimientos de la visitante. El recuerdo de aquel miedo obligaba a volver. También la curiosidad acerca de la verdadera procedencia de un paté de jabalí que ofrecieron de menú en aquella visita y que, según el casero, se había preparado con los restos de un animal atropellado días atrás por un taxista de Valença. Quizá ayer volverían a hacerlo, quizá lo volverían a recomendar como la mejor sugerencia del chef invisible, volverían a contar la historia del taxista en la curva fatídica. Pero la casa del Monte do Faro estaba cerrada. Segunda feira , todo cierra en Portugal. Incluso el Stop. No la señal de tráfico, que para los portugueses eso nunca existe, o al menos como lo entiende el resto del mundo (China y La India incluidas), sino el restaurante de la carretera a Caminha, el Stop, uno de los pocos lugares del norte de Portugal conocidos en toda Galicia, desde Ribadeo hasta Tui. El Stop y el día de la semana en que cae la feria de la Fortaleza. Eso no le escapa a nadie. El miércoles. El día de las toallas, el hilo de ganchillar, los paños de cocina, las sábanas, los muebles de pino, las colchas de piqué, los cuchillos, el anís escarchado, el licor de merda. ¿Licor de Merda? «Je, el nombre es de broma, pero está bueno, es aguardiente viejo hecho aquí en Portugal, abajo de Oporto», informa el dependiente de la tienda. Pues que lo prueben otros. Que lo pruebe ese señor que pasa, que va sobrado de valor, con panties de rejilla, braga de encaje, ligas, mandarinas en el pecho y una muñeca feísima donde las sevillanas llevan la flor. En el dorsal, un cartel donde se lee que busca señora de 35 en adelante para una disparatada relación. Vaya, que lo de que ayer, lunes, no había feria en Valença do Minho no fue más que una ilusión. De hecho, después de atravesar el viejo puente internacional camino de Tui, el señor de las mandarinas volvió a aparecer donde la señora del otro día auscultaba aldeanas con los rayos gamma de sus ojos. Aquella que decía que el premio millonario le debía de haberle tocado a un vecino portugués. Se equivocaba, fuentes próximas a la investigación (o sea, de los bancos) aseguraron ayer que el rico boleto quedó por aquí. Por tanto, la pesquisa continúa.