La suerte de la abuela (si es un mono)

Javier Cudeiro Mazaira CATEDRÁTICO DE FISIOLOGÍA DE LA UDC. PROFESOR VISITANTE EN LA UNIVERSIDAD DE SIENA (ITALIA)

SELECTIVIDAD

María Pedreda

11 ene 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Me he sorprendido mucho al leer un artículo científico reciente. Trata sobre cómo algunos primates no humanos —macacos—, al envejecer, siguen fuertemente unidos a sus colegas monos y a su familia. Un vínculo que, lejos de debilitarse enviando al mono viejo a un árbol a comer solo y acelerar su muerte por ausencia de caricias, parece fortalecerse por un fuerte apoyo social. En el caso de estos primates, como en el de los humanos, con el aumento de la edad los individuos sufren cambios en su cerebro y experimentan problemas cognitivos; como los humanos, sus contactos sociales se reducen a medida que envejecen: los jóvenes se van, los compañeros se jubilan y los amigos mueren; el círculo social se estrecha y la posibilidad del aislamiento y la soledad están ahí.

En el artículo, los autores han encontrado poderosas evidencias de la llamada teoría de la selectividad social, hasta ahora muy humana. Esta nos dice que la mayoría de las personas tienen menos contactos sociales a medida que envejecen y con cambios notables en las preferencias personales. Se ha sugerido que podría ser debido a un cambio motivacional debido a que nos damos cuenta de que la vida es finita y nos centramos en lo (los) importante; vamos, que nos dejamos de pamplinas y escogemos a quien vale la pena, al menos hasta que podemos —y nos dejan— escoger. Es posible, sin embargo, que este no sea el único motor del cambio. Los macacos, por ejemplo, también tienen redes sociales más pequeñas que sus congéneres más jóvenes, aunque no está claro que sean conscientes de que van a morir un día. En estos primates, aun cuando la red social disminuye, las hembras viejas, que son las que se mantienen en su territorio (los machos se dispersan), conservan de forma preferente las relaciones con socios muy valiosos para ellas, como colegas y parientes con las que estaban fuertemente conectadas en una etapa anterior de la vida. Una relación que no es rechazada por los miembros de la comunidad, que las siguen considerando como compañeras afines y evitan su aislamiento por la pérdida de los compañeros de su quinta. Se diría que, o bien son altruistas, o suficientemente inteligentes para entender que siguen teniendo un importante valor social.

Por los extraños vericuetos de la memoria y sus cosas, esa historia ha evocado otra; la carta enviada a los medios por un director de una residencia de mayores con motivo de la Navidad y que estos días ha vuelto a ser de actualidad por el éxito cosechado. Como a muchos, a mí me ha impresionado profundamente esa carta. Su contenido no rebosaba felicidad y albricias por las festividades, estilo: ¡How, how, how, en Navidad a los mayores agasajad porque siempre nos han dado protección y felicidad! Todo ello trufado con sonrisas verdaderas, música con muchas campanillas y bailarines vestidos de Papá Noel. No, no era así, se trataba de un grito amargo pidiendo ayuda, llamando la atención sobre el abandono de los viejitos por parte de sus familias que allá, todo lo lejos posible, se forraban a langostinos y viajes todo incluido. A mi forma de ver, no se trataba de una crítica general a las residencias y a todas las familias — tampoco lo pretendo aquí—; era una alarma sobre un comportamiento que, desafortunadamente, parece extenderse año a año y que refleja un abandono social y familiar con visos de cronicidad.

He querido ver en el artículo de los macacos una lección moral desde la selva, ya saben, son los aromas de la Navidad que se supone enternecen. Claro que no siempre es así, la carta nos lo recuerda. Hay mucho mueble viejo que acomodar en el trastero. Aunque el cariño sea mucho y duela la separación, siempre es necesario pensar en lo mejor para ellos (frase hecha). Buscar el edén perfecto en donde los cuiden y alimenten, porque siempre lo harán mejor que nosotros, tan ocupados, con las manos llenas de matasuegras y turrón. Los macacos no se mandan cartas, como pedía el director de la residencia, pero allá, en la navidad del mono, y otras fiestas de guardar, siguen considerando a la abuela como firme colega y mejor compañía.