Ignacio Requena, miembro de una extensa familia segoviana, contaba 14 años cuando su padre, médico de familia, se trasladó a Galicia: el verdor de nuestra tierra le sorprendió en gran manera, pero también la humedad de las sábanas en su primera noche en Caldas de Reis, que le llevó a hipotetizar que sus hermanos le habían gastado una singular novatada.
Como otros miembros de su familia, Ignacio ha sido un estudiante muy brillante. Se decantó por la especialidad que cuida de la esencia de las personas: memoria, entendimiento, voluntad, amor, odio… dependen de la funcionalidad del sistema nervioso. Fue el decimotercero de los residentes de neurología formados en el Servicio de Neurología del Hospital Clínico de Santiago, fundado hace 50 años por el Profesor M. Noya. Tres cursos posteriores al mío, me cabe el honor de ser compañero, amigo y hasta un poco maestro y, a la vez, discípulo. La publicación, en los inicios de la década de los 90 de los Cavernomas del sistema nervioso central constituye un hito en la historia de la neurología compostelana.
Por temporadas, ejerció la neurología, con gran valentía y eficacia, en Bélgica y en múltiples hospitales de Francia, pese a que estudió inglés como segunda lengua en el bachillerato. Hombre de palabra, convicciones firmes y muchos amigos, ha sido una persona en la que se podía confiar sin ningún temor a la zancadilla, traición y engaño.
¡Descansa en paz, querido Ignacio! Espero encontrarte otra vez en esa dimensión eterna de paz, sosiego y amor, con la que sueñan y anhelan todos los cerebros de nuestra especie.