Ramón Bilbao

Elisa Álvarez González
Elisa Álvarez CON BISTURÍ

SANTIAGO

10 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Pónme un Ramón Bilbao e deixa a botella aberta». La frase, a las dos de la tarde en un chiringuito de playa, no transmite buenas sensaciones. Pero las mujeres somos libres de pasear por la playa y comer en una terraza sin sentirnos violentadas. «Levas uns gatos nas orellas», comienza. «Son bonitos». Son originales, matizo. Y al segundo añado, comeré fuera, en la terraza. Cuanto más lejos de la botella de Ramón Bilbao, mejor.

Tarda treinta segundos en salir. «De onde es? De Milladoiro? Pódome sentar contigo?» No, prefiero comer sola. Ahí el borracho se siente ofendido. «Comer vas comer soa, eu vouche facer compañía» Si no te importa, NO. «Ai perdoa!» Entra en el chiringuito y retransmite la jugada al camarero. «É hielo, hielo

La jornada playera se tuerce. No hay nadie más en el local. La actitud del camarero, por su nula intervención, es más de compadreo con el joven de la copa que de respeto hacia una cliente, hacia una mujer. Al rato, sale la comida. «A ver se invitándoa! Dille se me acepta a invitación». El camarero, sin atisbo de sonrojo, repite la frase: «Se lle aceptas a invitación». No. Y como percibirás, esta situación me resulta incómoda. Mutismo por respuesta. Ni disculpas, ni empatía.

Cóbrame. Sé que tengo derecho a estar en una terraza, sola, a las dos de la tarde, en un día soleado, disfrutando del parque natural y de las vistas de la playa. Ya no me apetece. Alguien considera que por encima de mi derecho está el suyo a molestar, a violentar. O el de quien cree que, al frente de un local, esto no es más que una situación divertida, incluso un galanteo. No lo es. No es gracioso.