La carta

Mario Beramendi Álvarez
Mario Beramendi AL CONTADO

SANTIAGO

18 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

El buzón de mi casa ha engordado tanto, está tan obeso, que no puedo ni abrirlo. Es como una oca que los repartidores de publicidad ceban a diario hasta la extenuación. Por esa ranura, como si de una boca se tratara, meten de todo: comida china, japonesa, italiana, india... Por tragar, traga hasta ordenadores y lavadoras si hace falta. El otro día, por la noche, introduje la pequeña llave en la cerradura y, después de forcejear un rato, el pobre buzón me vomitó encima. Se precipitaron sobre mí tropezones de hamburguesas y de pizzas, sushi, rollos de primavera, costillas a la barbacoa, galletas saladas de oferta, jamones, chorizos, productos congelados y hasta piezas de electrodomésticos. En mi portal se había producido un alud, un desprendimiento, una avalancha de pasquines y folletos. Y ahí estaba yo, apurado, tratando sujetar esa montaña de publicidad recién vomitada. Cuando salía en busca de un contenedor, visiblemente desbordado, me encontré a un vecino, que me miró como si fuera uno de esos norteamericanos que se aprovisionan desaforadamente en el súper en la víspera de un huracán. Al volver a casa, de nuevo en el portal, me di cuenta de que había dejado abierto el buzón. Entonces vi que se había quedado una carta. Una solitaria carta a salvo del desastre. Estaba ahí, abandonada, embutida en un sobre blanco, en la oscuridad del buzón, como una novia plantada en el altar. Me hizo ilusión, y entonces me intrigó saber quién me habría escrito. Era alguien que me informaba del saldo pendiente de la hipoteca, un vínculo estrecho y duradero. Los bancos son los únicos que todavía escriben cartas de amor.