Se ve que no hay nada que no esté inventado. Cuando parecía que lo del máster de Cifuentes era insólito, ahora lo insólito va a ser encontrar a un político con el currículo sin maquillar. No hay ni que abrir ventanas ni levantar alfombras. Con pasar el dedo por la superficie ya sale polvo, mucho polvo. Desde másteres de Harvard cursados en Aravaca hasta títulos a medida para cientos de mandos policiales. Entre los tuits más graciosos encontrados estos días, el de una periodista de TheObjective.es sobre el currículo de Tomás Burgos, secretario de Estado de la Seguridad Social. Tanto tuvo que adelgazar títulos que casi reduce su biografía a «soltero».
Que al final, ni uno solo de estos posgrados, másteres o títulos rimbombantes le dan más crédito al político de turno. Igual se creían que cuando Fátima Báñez agradeció a la virgen del Rocío haber salido de la crisis sonó menos ridículo por ser licenciada en Derecho y en Ciencias Económicas. La titulitis y la masteritis vienen de lejos. Ya Luis Roldán, aquel director general de la Guardia Civil que acabó pasando por la cárcel, presumía de licenciaturas que no había cursado.
Y qué anchos están en Suecia con un primer ministro soldador. Sí, soldador, qué problema hay. Aunque tampoco allí deberían hacerse mucho los suecos con la que tienen montada en la Academia que designa a los premios Nobel, en donde van de escándalo en escándalo. Desde acoso sexual hasta filtraciones de los ganadores, pasando por irregularidades de financiación. En este caso las dimisiones no se han hecho esperar, cinco en unos días, pero los cargos son vitalicios, por lo que mérito, el justo.