Mi miedo de transporte

Juan María Capeáns Garrido
Juan Capeáns CRÓNICAS URBANAS

SANTIAGO

15 jun 2017 . Actualizado a las 08:00 h.

Casi a la misma velocidad a la que el cuerpo avanza firme a abrazar a la pereza, las noticias sobre graves accidentes con ciclistas implicados van arrollando cualquier intento de recuperar mi peculiar sufrimiento consentido sobre el sillín. Disfruté dando pedales, haciendo kilómetros por carreteras y explorando pistas forestales, y hasta alcancé ese punto en el que si podía elegir entre un llano y una cuesta arriba, optaba por lo segundo, síntoma inequívoco de haberle cogido gusto. También me convencí de que se podría convertir en mi medio de transporte habitual, pero debíamos estar en pleno episodio invernal porque me senté en el sofá y dejé pasar las ansias.

Hasta aquí, mi vagancia y mi legítimo miedo, dos tenaces motivos que han provocado una pequeña pero significativa mudanza: la bicicleta ha pasado de ocupar un espacio estelar en la entrada de mi apartamento, donde últimamente ejercía de perchero, a encontrar acomodo en el trastero con la rueda delantera pinchada, para zanjar cualquier rebeldía animosa.

Hasta me puedo permitir echarle la culpa a terceros, ese otro deporte en el que tantas calorías empleamos. Fuera, en mi calle, el armatoste amarillo que un día sirvió de estación para las bicicletas de alquiler se ha convertido en un vestigio del fracaso; además, el carril-bici que me dejaba a la puerta de casa es ahora un ir y venir de peatones despistados; y, sobre todo, me genera pavor lo que entienden algunos por un metro y medio de seguridad. A la espera de la escapada buena, seguiré de tapado en el insolidario pelotón de los conductores.