En «La aventura sin fin», recientemente publicado por Lumen, T.?S. Eliot, gran poeta y premio Nobel, reflexiona en uno de sus ensayos sobre la función de la crítica literaria
21 ene 2012 . Actualizado a las 06:00 h.El último ensayo de La aventura sin fin es el titulado Criticar al crítico, fechado en 1961, cuatro años antes de su fallecimiento. Es muy interesante porque no solo habla de la función de la crítica, sino también de la suya propia como crítico. Eliot clasifica a los críticos de cuatro maneras. El crítico profesional, el crítico de gusto, el académico y el teórico y, finalmente, el crítico cuya obra puede caracterizarse como un derivado de su actividad creativa (su caso). El crítico profesional era aquel que tenía esta labor como única o compartida con otra paralela fracasada como escritor, por ejemplo, Sainte-Beuve. Sin embargo, Eliot aclara que no tiene por qué ser necesariamente un poeta, dramaturgo o novelista fallido. Por lo general es únicamente un crítico. El crítico de gusto no juzga, sino que es un «abogado de los autores», cuyo trabajo comenta. Muchas veces su dedicación está orientada a la recuperación de autores olvidados o relegados injustamente. El académico y el teórico por lo general coinciden con el profesor universitario y el investigador científico sobre una materia. Y finalmente, su propio caso, el de un escritor que ejerce la crítica como una derivación de su actividad creadora. La condición que pone el clasificador es que ha de ser conocido en primer lugar como escritor, «pero su crítica debe destacar por sí misma y no meramente por la luz que pudiera arrojar sobre sus versos». Eliot se enraíza en la estirpe de Samuel Johnson, Coleridge, Dryden, Racine o Matthew Arnold.
RELECTURA
Eliot, para escribir este ensayo, retorna a la lectura o relectura de muchos de sus textos, y lo hace con «aprensión». No encontró tanto de qué avergonzarse «como temía», aunque confiesa que hay afirmaciones ahora no compartidas y otras cuyo significado ya no era capaz de comprender él mismo. Reconoce que hay asuntos de los que trató por los cuales ha perdido todo interés y, por lo demás, admite errores de juicio, salidas de tono, arrogancias, exageraciones vehementes, presunciones, descortesías y bravuconerías: «Con todo, puedo reconocer el lazo que me une a aquel que hizo tales afirmaciones y, pese a ciertas reservas, continúo identificándome con su autor». Cree fundamental que cada texto crítico suyo lleve la identificación del año en el cual fue redactado para que el lector conozca la distancia temporal que separa al escritor que redactó aquello con el que ha devenido con el tiempo. «No podemos desentendernos de la influencia que sobre nuestra formación han tenido las generaciones sucesivas, las inevitables modificaciones del gusto o nuestro mayor conocimiento o comprensión de la literatura que precedió a aquella que buscamos entender». Por ejemplo, recuerdo que a Borges le gustaba repetir aquella intuición de Eliot referida a que todo autor crea a sus predecesores y, por tanto, las obras de Oscar Wilde (esto ya lo dice el argentino) influyen (modifican) la obra de Shakespeare.
Eliot afirmaba que el pasado se veía alterado por el presente tanto como el presente por el pasado. Al colocar la fecha en cada uno de los textos para justificarse, el autor mostraba su convicción sobre la caducidad de la crítica. La imposibilidad de su prevalencia debido a las diferentes lecturas que cada tiempo hace de los autores y, además, de la cada vez mayor profesionalización académica y teórica en que evolucionó la propia crítica. Eliot aún es un magnífico crítico «aficionado» en un tiempo en que la crítica se profesionalizará y se alzará ella misma como un autónomo género literario cada vez más científico y menos creativo. «Ninguna crítica literaria -reconoció quizá con melancolía- puede despertar en futuras generaciones más que curiosidad, a menos que continúe siendo útil por sí misma en el futuro, que posea un valor intrínseco fuera de su contexto histórico. Ahora bien, si posee este valor intemporal, cuando menos en parte, entonces comprenderemos mejor su auténtica importancia si intentamos ponernos en el lugar del crítico y de sus primeros lectores. Estudiar la crítica de Johnson o de Coleridge de este modo sin duda ofrece recompensa». Eliot confiesa que fue mejor crítico cuando se ocupó de autores que influyeron en su propia obra: «Al tiempo que se difundía el gusto por mi poesía, se difundía también el gusto por la de los poetas a los que debo más y sobre los cuales he escrito».
CREAR EL GUSTO
¿Hasta qué punto modifica el crítico el gusto del público lector? Confiesa que muy poco. No creo que fuera así en su caso. Él recuperó a los metafísicos y los poetas dramáticos isabelinos, a los simbolistas, y su defensa de los mismos y sus comentarios sobre ellos se hicieron definitivamente canónicos. Una de las funciones de la crítica, que Eliot resalta, es la de ayudar a que el lector preparado de cada época consiga reconocer su afinidad con cierto poeta, con cierto tipo de poesía o con la poesía de una cierta época en lugar de otra. No estoy tan seguro de la aseveración de Eliot con respecto a que el crítico no crea el gusto. Él fue quien revalorizó a Donne, a los poetas metafísicos, a los isabelinos y jacobinos, a pesar de que ya Coleridge o Browning hubieran reparado en ellos, especialmente en el caso de Donne
Lo más aproximado a la crítica literaria pura, concluye Eliot, es la crítica de los artistas que escriben sobre su propia obra y la naturaleza de la misma, por eso confiesa volver con frecuencia a Johnson, Wordsworth y a Coleridge. De Valery dice que era un caso especial: «Es él quien quedará para la posteridad como el poeta representativo, el símbolo del poeta de la primera mitad del siglo XX. Ni Yeats, ni Rilke, ni nadie más, Paul Valery». Eliot no duda de que los mejores críticos de su obra, al menos en el caso de los poetas, son ellos mismos, aunque su área de competencia sea más estrecha.