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La lucha contra la obsolescencia programada (pero programada, de verdad)

David Bonilla LA BONILISTA

OCIO@

Ilustración original de Hugo Tobio, dibujolari profesional de Bilbao.
Ilustración original de Hugo Tobio, dibujolari profesional de Bilbao. Hugo Tobio

¿Cuántas de las cosas que tienes seguirán funcionando dentro de 10 años?

12 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

El pasado 22 de marzo, la Comisión Europea aprobó un paquete de medidas para asegurar «el derecho a reparar», leyes que garanticen la posibilidad de reparar productos de forma económica y sencilla, más allá de la garantía de los mismos.

Normalmente estas leyes están dirigidas al cacharreo, productos físicos que puedan repararse a golpe de llave inglesa y destornillador, pero en un mundo que ha sido conquistado por el software, la durabilidad y utilidad de un dispositivo están directamente relacionadas con el código que lo gestiona.

Probablemente, donde este nuevo paradigma se hace más evidente es en el caso de los teléfonos móviles y las tablets. Dispositivos que podrían seguir funcionando durante muchos años si pudiéramos sustituir fácilmente su batería… y su software se siguiera actualizando. Sin embargo, cambiamos nuestros smartphones cada dos o tres años y —lo que es peor— lo más habitual es que tiremos directamente los móviles sustituidos o los guardemos en casa, cogiendo polvo sin darles ningún uso.

Por eso, la Unión Europea quiere obligar a los fabricantes a garantizar al menos tres años de actualizaciones del Sistema Operativo y hasta cinco en el caso de parches de seguridad. Algo que, hasta ahora, solo aseguran Samsung y Google.

Puede que algunos solo vean este tipo de leyes como la enésima extravagancia de Europa, que pone en desventaja a sus empresas respecto a otras radicadas en otras partes del mundo con una regulación más laxa, como Estados Unidos o China.

Puede. Pero quizás deberíamos plantearnos al menos lo que estamos haciendo. Las empresas reducen costes para «democratizar» el acceso a la tecnología, pero ¿tiene sentido en cualquier caso o deberíamos marcar unos límites?

¿No debe pasar nada por comercializar un videojuego que no funciona y al que, desde el mismo día de lanzamiento, hay que aplicar un parche de 1GB para que lo haga correctamente? ¿Quién garantiza que ese parche estará siempre disponible?

¿Es razonable gastarse 900€ en un teléfono (iPhone 7, en el 2017) y que cinco años después ya no se pueda actualizar su sistema operativo (iOS 16, 2022)?

¿Cuántas de las cosas en las que trabajas hoy seguirán funcionando dentro de 10 años?

Quizás deberíamos fijarnos menos en teléfonos y videojuegos, y más en nosotros mismos. Siempre que pensamos en obsolescencia programada —esos productos o servicios que por diseño o por modelo de negocio tienen una vida útil máxima definida desde el día que son adquiridos— imaginamos que es un problema «de otros», pero ¿cuántas de las cosas en las que trabajas hoy seguirán funcionando dentro de 10 años?

Esa disonancia cognitiva es especialmente significativa en la industria del software, donde demasiadas veces se confunde el verdadero objetivo de la Informática, la creación de tecnología para aportar valor a aquellos que la usen, con la creación de tecnología sin más.

Invertí 7 años de mi carrera en desarrollar un ERP desde cero que no estuvo ni 7 años en producción porque alguien decidió que tenía más sentido comprar un SAP que seguir manteniéndolo. Hoy por hoy, no tengo ni idea de cuánto del software que he creado aun se sigue ejecutando.

En realidad, a nadie parece importarle. En cualquier conferencia técnica podrás disfrutar de una charla sobre la última tecnología de moda, pero es complicado encontrar alguna sobre la durabilidad y utilidad real del software que desarrollamos, más allá de la reutilización de componentes open source. Mientras siga entrando dinero para alimentar la maquinaria ¿qué más da que lo hagamos tenga o no tenga algún sentido?

Pero quizás sí importe. Quizás deberíamos repensar el modelo de industria informática para contribuir a la sostenibilidad en vez verla completamente como algo completamente ajeno. Desde la aproximación negativa que —casi todos los desarrolladores— tenemos a un proyecto legacy al modelo de negocio de consultoría.

Nadie habla de implementar los mismos niveles de seguridad en el software de un ecommerce que en uno que gestione una central nuclear. Tampoco que nuestro código original deba ejecutarse sin ninguna optimización, mejora o adaptación, sino sobre —al menos— tomar consciencia de la esperanza de vida de nuestro trabajo y plantearnos cómo podemos asegurarla o incluso alargarla.

Si nuestro software tuviera que estar en producción al menos cinco años ¿utilizaríamos las mismas técnicas de ingeniería? Si las empresas tuvieran que mantenerlo durante todo ese tiempo ¿se comercializaría igual? ¿A qué precio estarían dispuestas a asumir esa responsabilidad? ¿Estarían dispuestos a pagarlo los clientes?

No tengo todas las respuestas, pero sí sé que, en una Sociedad que depende del software para seguir funcionando, deberíamos hacernos más a menudo esas preguntas.

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