El trastero

Cristina de Mateo

AL SOL

25 ago 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Juan se iba de expatriado a México con toda la familia. Se lo había pensado mucho, estaba a gusto en Madrid, llevaba poco tiempo en el chalé de las afueras que acababan de terminar de amueblar y decorar. Pero era una buena oportunidad.

No podían llevarse todo, y decidió alquilar un trastero. En él, cada miembro de la familia guardaría todo lo que le gustaría encontrarse al volver. Solo aquello que no se podía llevar y que resultaba parte esencial de su vida, de sus recuerdos.

Juan había metido en una caja metalizada las fotos de su infancia, la raqueta con la que había ganado el campeonato escolar, los libros de Babar que le leían sus padres, los de los Cinco que leía de adolescente y los enseres más queridos de su vida adulta: dos esculturas que había comprado con su primer sueldo, una guitarra y algún que otro objeto valioso para el alma.

Cuando llevaba seis meses de expatriado, tuvo una llamada de Trasteros S.A. Se había producido un incendio que había sido muy devastador y no se había salvado nada. Ni siquiera la caja de metal que parecía inquebrantable.

Sintió una punzada en el corazón, después un gran vacío. Gritó y acabó llorando de rabia. Intentó consolarse diciéndose que solo eran objetos, que nadie había sido dañado en el incendio.

Sin embargo, a partir de ese momento le cambió el carácter. Le costaba comprar cualquier cosa. Se apuntó a la moda de «alquilarlo todo»: el coche, el ordenador, los muebles de la casa y hasta la ropa.

Unos lo hacían por motivos ecológicos, otros por ser prácticos, pero Juan no quería atarse a nada.

Bueno, solo a los seres humanos.

Cinco años después del incendio, de vacaciones y paseando por su ciudad natal, entró en una galería donde un artista exponía paisajes gallegos. En una de las obras reconoció enseguida la playa de Barrañán, su playa de siempre, sus olas, su viento.

Sintió una necesidad imperiosa de comprar el cuadro y así lo hizo. Necesitaba reanudar la relación con su pasado de forma tangible y perenne.

Cristina de Mateo. Profesora. 56 años. París.