Miseria

Serafín Lorenzo A PIE DE OBRA

VILARDEVÓS

21 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

E n aquellos intensos veranos de plomiza canícula en el sudeste ourensano solo las campanas interrumpían las carreras multitudinarias de los chavales detrás de un balón. Al margen de los soniquetes de oficio de la iglesia, había dos tañidos repetitivos y lúgubres que pocas tardes dejaban de sonar. Uno era el de las campanas que doblaban a difunto. Y el otro, más apremiante, el que ponía al pueblo en alerta ante un incendio forestal. El primero aceleraba los corazones, azuzados por el mismo interrogante que Hemingway llevó al título de su célebre novela sobre la guerra civil. ¿Por quién doblarían esta vez? Pero el segundo lanzaba a la población hacia una lucha rudimentaria contra el fuego. Nada que ver con los medios actuales. Los vecinos se adentraban en el infierno armados con cubos (allí donde fuera posible), azadones y retamas.

Para el niño urbanita de finales de los setenta y principios de los ochenta todo aquello resultaba incomprensible. ¿Quién quemaba? ¿Por qué? ¿Y, sobre todo, a qué obedecía tanta insistencia en hacer de algo tan desgraciado una verbena cotidiana? Eran los años de las campañas del Icona. Cuando el monte se quema algo tuyo se quema, decía el spot. Todos contra el fuego, cantaba Serrat. En la cantina la tesis más complaciente con la desgracia era la que sumaba más adeptos. «O lume tamén limpa». Vaya que sí, una limpieza a fondo. No he fallado ni un solo año a mi visita estival a Vilardevós. Los conformistas que apuraban las sobremesas de tute se han ido. Las campanas ya no tocan a rebato. Pero no consigo recordar ningún verano sin el olor de la tierra quemada. Sin la amenaza de esa miseria.