El tren y las estaciones están llenas de historias. En cada despedida, en cada abrazo de reencuentro, en cada grupo que sube a un vagón, en cada persona que viaja sola, en el que va con una mochila, en el que no es capaz de subir las tres maletas, en la señora que siempre se sienta donde no es, en el hombre que viaja en la cafetería, en el abuelo que te recuerda al tuyo, en el niño que viaja por primera vez... En el maleducado que va hablando por teléfono a voz en grito, en la desconocida con la que hablas todo el viaje y te cuenta su vida, en la chica que se pasa el viaje llorando y sorbiéndose los mocos, en el que está deseando llegar y en el que no tiene ningún interés en apearse. Es la vida sobre raíles. Y después de tantos millones invertidos, tantos retrasos, tanto tiempo esperando por el tren del siglo XX (aunque ya estemos en el siglo XXI), la llegada a Ourense de la alta velocidad, como cualquier viaje, será un conjunto de historias. Como las que contábamos esta semana, las de los primeros ourensanos que fueron a la estación para comprar los billetes para los trenes que se estrenarán el 21 de diciembre. Una madre que quiere ir desde Ourense a Madrid a ver a sus hijos. Un padre que quiere que su hijo venga desde Madrid a pasar unos días a Ourense. Porque mientras debatimos sobre si el AVE vaciará la provincia o la llenará de una nueva vida, hay gente para la que este nuevo tren es algo mucho más simple: estar más cerca de los suyos. Ahora solo queda ver si Ourense, que ya van con retraso, puede reescribir su propia historia.