Existen dos Galicias. Por lo menos es lo que deducimos si escuchamos a nuestros responsables políticos. Sin ir más lejos, con motivo de los presupuestos de la Xunta nos encontramos dos corrientes de opinión en las antípodas. Mientras Alfonso Rueda y el PPdeG se muestran orgullosos de poder, un año más, presentar los Orzamentos con una normalidad que apabulla, en la oposición critican de forma radical los mismos, considerándolos dañinos para Galicia.
Rueda calificó las cuentas gallegas de «históricas» porque se supera la barrera de los 14.000 millones, tras una subida del 2,1 % con respecto al presupuesto de este ejercicio. Asimismo afirmó que son unas «contas novas para un novo escenario». El presidente destacó que ha hecho un «esforzo» para sustituir con fondo propios el fin de las ayudas de la UE. Eso ha permitido que, «pese a merma, os orzamentos non baixen, senón que medran un 2,1 %».
Por su parte, Ana Pontón lamentó que la Xunta vuelva a repetir «unhas contas sen proxecto de país. Hai máis ambición no presuposto de calquera comunidade de veciños que no da Administración autonómica, que mantén á comunidade galega en punto morto».
Dos Galicias en una. Pero lo mismo ocurre en el principal grupo de la oposición: un partido, dos almas. La cosa se ha vuelto a poner de manifiesto a raíz de un escrito del Comité Central de la Unión do Povo Galego (UPG), el partido marxista leninista que maneja el BNG desde siempre. Lo contó Mario Beramendi en La Voz. La UPG llama a impulsar la movilización social como vía para que el nacionalismo avance. Es el modus operandi de siempre. Ya en el último año se utilizó ampliamente esta estrategia de tensión en las calles, con la colaboración especial de la CIG, lo que Beramendi denomina «el gran brazo agitador del nacionalismo». La UPG y la CIG caminan juntas hacia una revolución en las calles que mantenga el discurso entre los suyos de que la situación en Galicia es insoportable. Altri, el gallego, la sanidad, los incendios... y cualquier tema nuevo que pueda surgir es válido para intentar crear la ilusión de que el apoyo a la causa nacionalista es masivo. La capacidad de movilización de la CIG resulta fundamental en el utópico camino hacia la conquista de San Caetano.
Con esta forma de entender la oposición tiene que lidiar una Ana Pontón que no se siente nada cómoda nadando en la radicalidad que le exigen desde la UPG y la CIG de Paulo Carril. Pontón, que obviamente comulga con las tesis nacionalistas (si no, no estaría al frente del BNG) pretende ser la imagen de un partido amable, que no solo es capaz de incendiar las calles sino que puede gobernar este país desde una normalidad y capacidad de gestión que contagien confianza, tanto en la ciudadanía como en la economía.
La líder del BNG ha llevado al partido a unos resultados históricos, pero eso no parece suficiente aval para una UPG que vive anclada en los tiempos de Karl Marx.