
¿Qué podemos hacer? ¿Cómo sobrellevarlo? Despertar, atender a las tareas cotidianas, sonreír, dejarse sorprender por la primavera cuando la evidencia te invita a claudicar, a encerrarte, a volverte sordo —no renegar de los oídos sino de la atención—. ¿Cómo apartar a los malos espíritus, a los que, desde sus gélidas mazmorras, algunas hechas de cristal, te indican que todo está perdido, que la culpa de los niños fue solo nacer; que merecen sentir dolor en los miembros porque son demasiado pequeños y no pueden empuñar armas, cargarse de odio para eliminar vecinos empeñados en ocupar espacio.
Ellos, las criaturas, no lo sabían porque no quisieron aprender, ir a la escuela; debían asimilar que existió la Revolución Francesa, la Ilustración, los Derechos humanos, que hay universidades donde sus campus relucen en el cambio de estación, porque el sol no discrimina y sale por el mundo entero. Estos muertos de hambre valen menos que mosquitos, que chinches, que las telarañas —aunque entre todos ellos podría hallarse el que cura el cáncer, el alzhéimer, o un reformador social que ofrezca luz, con su genio artístico, o con la magia artesana de sus manos.
No se fabrican armas para exterminar mariposas, se les permite cumplir el ciclo natural confabulado con la belleza. En el mes de mayo, en abril, en los subterráneos, los pájaros se ocupan de dar de comer a las aves caídas de su nidos; van allí, les rozan el pico y nutren el futuro de la especie. Los humanos, cegados por el afán terrible de su perforación cerebral transida de dominio, no se ocupan de los más pequeños; solo algunos salvadores se acercan a sus camas para decirles adiós desde este mundo para enviarlos lejos, no podríamos sufragar otro exterminio.
¿Por qué ha fracasado nuestra civilización? ¿Por qué no bastaron las revoluciones, la búsqueda de la justicia, ahora que se vacían los conceptos: libertad, igualdad, fraternidad? ¿Qué mano asesina tiene el dispositivo que amortigua la sensación? ¿Es posible que humanos nacidos de vientres humanos no se apiaden del sufrimiento de los inocentes? ¿Hasta cuándo hemos de resistir este delirio? Genocidios repetidos entre discursos de políticos que no saben ponerse de rodillas, o defenderse de la maldad de los malos.
Conocemos las informaciones que nos llegan a diario sobre las guerras, y solo podemos sentir vergüenza al ser capaces de continuar con los quehaceres de nuestras vidas cuando desde el fondo algo susurra: ¡Haz algo!
Algo hacemos: sufrir el silencio de la impotencia.