Año 1981. Ante nuestro inminente traslado a Irak, acudimos a la delegación de Sanidad Exterior para ser vacunadas de todas las enfermedades de las que pudiéramos contagiarnos. Solo ante nuestra insistencia obtuvimos la dosis correspondiente contra la viruela. Año 2009, previo a mi desplazamiento a Jordania solicité la cita correspondiente para vacunarme de nuevo de aquellas enfermedades transmisibles en Oriente Próximo. La de la viruela no se encontraba entre ellas por haberse erradicado. A regañadientes tuve que conformarme, confiando en que todas las vacunas que me habían puesto desde mi más tierna infancia me protegieran contra ella.
Una década después llegó el covid-19, y con él la peor pandemia de nuestra historia. Aunque todavía no se sabe con absoluta certeza de dónde salió este virus, sí parece demostrado que tiene origen zoonótico, es decir, que fue transmitido por un animal, presumiblemente un murciélago. En cualquier caso, el esfuerzo combinado de científicos de todo el mundo permitió el desarrollo de varias vacunas en tiempo récord, si bien los efectos secundarios todavía están por calibrarse. No son pocas las personas que se manifestaron en contra de la inoculación debido a esta cuestión. Por fortuna, aunque ha habido constantes rebrotes, el número de fallecidos se ha reducido exponencialmente, lo cual no debería hacernos olvidar a los 29 millones de fallecidos en todo el mundo.
Y cuando parecía que podíamos bajar un poco la guardia, resulta que se declara en el Congo un brote de la denominada viruela del mono, una variante de la enfermedad que solo en el siglo XX se estima que se cobró la vida de más de 300 millones de personas. Cuarenta y cuatro años después de considerarse erradicada, una variante está poniendo en jaque los deficitarios sistemas sanitarios de, precisamente, los países con peor defensa en el África subsahariana. Pero es que, además, la poliomielitis, una enfermedad que tiene unas consecuencias terribles, ha vuelto a manifestarse, esta vez en la ratonera de Gaza. Un par de gotas bastan para proteger a los más inocentes, a esos niños que han nacido en uno de los peores lugares del planeta. Las vacunas son baratas, pero su valor es incalculable. Recordémoslo y luchemos para que puedan administrarse lo antes posible donde tanto se necesitan. Porque protegiéndolos a ellos estamos protegiéndonos a todos.