El despropósito de las oposiciones
OPINIÓN
Tras la celebración de las oposiciones de secundaria cabría hacer una serie de reflexiones y una propuesta de solución para que el proceso sea más objetivo y para que la discrecionalidad de los tribunales no esconda un enorme grado de subjetividad que los hace poco creíbles.
Estamos ante un proceso complicado por todos los porcentajes que se aplican y poco actualizado, ya que los temarios datan del siglo pasado y las programaciones que se exigen nada tienen que ver con la aplicación proens de la Xunta, que ya se viene utilizando desde hace dos cursos.
La primera parte del examen se descompone en uno o varios ejercicios prácticos y en un tema a elegir entre cuatro sobre un total que supera los 70.
El ejercicio práctico supone la gran criba del proceso. Suele ser tan difícil que ha habido casos en anteriores convocatorias en las que ningún opositor alcanzó el 5. Y estamos hablando de más de 900 candidatos. Las rúbricas imposibles y una visión inabarcable de la materia hacen el resto.
En cuanto a la parte teórica, no creo que sean muchos los opositores que lleven todos los temas preparados. La posibilidad de elegir entre cuatro hace que se reduzca sustancialmente el número. Y el estudiarlos todos tampoco te asegura una buena nota, ya que tienen que coincidir nuevamente con las rúbricas que diseñan los tribunales.
Si el aspirante ha pasado esta parte se puede considerar uno un privilegiado, ya que a la parte programática no suelen acceder más del doble de las plazas asignadas por cada tribunal.
Aquí entramos en otro despropósito de la oposición, ya que hay que presentar una programación didáctica que no se corresponde con el actual modelo de secundaria y que ni siquiera tienen claro las autoridades. Cinco leyes educativas en los últimos 25 años desconciertan a cualquiera. Imagínense a los opositores y a los que juzgan. De ahí que las redes sociales estén llenas de ofertas para comprarlas.
La exposición de una unidad didáctica pone fin a esta segunda parte. Posiblemente, sea lo único que realmente valora la aptitud del opositor para impartir clases.
Esta parte no es la más difícil de superar, por lo que llegaremos a la fase del concurso con un ligero descenso de aspirantes. Probablemente no encontraremos aquí a ningún interino, ni a los interinos reconvertidos en sustitutos (por exigencias de Europa), ya que la mayoría de ellos han estado sometidos a un curso lleno de actividades y burocracia que apenas les ha permitido estudiar. Por tanto, acumular puntos no les ha servido de nada en un proceso mal llamado concurso-oposición y que debería redenominarse oposición-concurso, ya que las pruebas de la oposición son eliminatorias y no te dejan llegar a la segunda fase.
Pues bien, aportemos una posible solución. En este sentido, el que suscribe este artículo ha presentado en la Xunta hasta en dos ocasiones una propuesta de reforma de los ejercicios que ha obtenido el simple «muchas gracias» por parte de las autoridades educativas. Más allá de la parte logística que supone organizar este proceso, me voy a centrar en las fases del mismo.
Los dos primeros ejercicios se dejarían en uno de 100 preguntas de respuesta múltiple sobre todos los temas, que fueran proporcionales a los asuntos tratados en ellos. Así, por ejemplo, en Geografía e Historia, el 50 % serían preguntas de Historia, un 30 % de Geografía y un 20 % de Arte. Esto induciría a preparar todo el temario y eliminaría la discrecionalidad y la subjetividad de las rúbricas y los ejercicios prácticos, además de ahorrar unos cuantos días de correcciones.
De la segunda se suprimiría la programación didáctica, por poco práctica y por lo efímero de las cambiantes leyes educativas, centrando el esfuerzo del opositor en la defensa de una unidad didáctica.
Tras esa primera fase, que valdría un 60 % de la calificación, vendría la fase de concurso, que supondría el 40 % de la nota final.
Evidentemente, habría que detallar más cada fase, pero lo importante es acabar con el despropósito de las oposiciones actuales, la polémica continua que rodea al proceso, con la subjetividad y la arbitrariedad de muchas de las calificaciones.
También hay que premiar y valorar la experiencia de los que llevan trabajando muchos años de forma temporal en el ámbito educativo.