La noticia (La Voz, 19 de enero) dice que 380 coches eléctricos para la Guardia Civil se encuentran completamente parados por no disponer de puntos de carga en los que alimentar las baterías. Estaríamos ante un claro ejemplo de poner el carro antes que los bueyes. Pero no solo es eso, los agentes de la Guardia Civil manifiestan sus temores a quedarse parados (por agotamiento de la carga de las baterías) en situaciones como la persecución de delincuentes y otras acciones operativas. Los coches eléctricos presentan una serie de carencias que habrán de resolverse en los próximos años para conseguir la plena implantación de los vehículos eléctricos.
De todos modos, creo que las autoridades se están dando excesiva prisa en eliminar los coches de combustión interna sin que haya suficientes puntos de carga y sin lograr autonomías (número de kilómetros recorridos antes de tener que recargar las baterías) mayores de las actuales.
Sería interesante reconsiderar la idea de mantener los vehículos de combustión interna, que han llegado a convertirse en máquinas casi perfectas, a las que habría que acoplar sistemas de reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, que los ingenieros sabrían fabricar. Por otra parte, la red de gasolineras garantiza las cargas de combustible, aun en el caso de tener que perseguir a un delincuente. La idea de los coches eléctricos, forzada por el cambio climático, todavía necesita madurar.