Decía el tan olvidado Balmes que el hombre es niño hasta la vejez. Se ve pueril en muchas cosas y se avergüenza. Añadía: «Aun en sus mejores años necesita cubrir con un velo la puerilidad que se abriga en su corazón». Quizá por esto, hay quienes intentan infantilizarlo todo: para ganarse el favor de las audiencias votantes o porque no quieren o no pueden reconocer puerilidad tan vergonzosa. Le pasa a la precuela de El Señor de los Anillos que emite Amazon. Mal está que nos mostremos incapaces de alentar grandes historias nuevas y tengamos que refreír cada poco las grandes historias viejas. Pero es que, encima, las rebajamos al sustituir su esencia, en el caso de El Señor de los Anillos, por un poco de Marvel y un mucho de agenda política que disgusta a los seguidores de Tolkien porque no reconocen en la serie el mundo levantado por el escritor. Un entorno demasiado pueril, diría Balmes.
Ocurre también con los políticos. Nuestro presidente del Gobierno, por poner otro ejemplo, nos habla con el tono de voz aflautado o meloso que algunos adultos suelen gastar para dirigirse a los niños. Como hombre moderno recurre mucho a lo audiovisual. De hecho, casi ha transitado por todos los formatos: no le basta el telediario, tan clásico, o la confortable entrevista, sino que se ha atrevido a enfrentarse con cincuenta ciudadanos en un reality guionizado. Y ahora anuncia que se grabará una serie —nada propagandística, por supuesto— aunque, conociéndole, cabe esperar mucho posado tipo Kennedy y mucho dinamismo rollo Ala Oeste, como dirían mis alumnos.
En este caso me entran las dudas: o no es consciente de su infantilismo, tan descarado, o piensa que somos como críos y nos tragamos su CIS.