En su última imagen, Isabel II no faltó a su estilo forjado durante siete décadas sin importarle los vaivenes de la moda. Esa foto no deja lugar a dudas. Con una mano amoratada por la vía que le habían quitado previamente saluda a Liz Truss, y con la otra, en un equilibrio encomiable, se agarra al bastón y al bolso. Cómo no. Su objeto fetiche, su marca, y su arma infalible. Porque en esa fabulación The Crown, algunas imaginábamos que la reina escondía en él un botón nuclear que la alineaba directamente con 007. Por su templanza y discreción, Isabel II pudo ser la gran espía del siglo XX, la mujer que vio desfilar a 7 papas, 14 presidentes de EE.UU. y a 15 primeros ministros británicos. Claro que en esa figura de película, The Queen se dio forma en un bolso majestic de asa corta con nombre propio: Launer London. Ahora algunos periodistas han desvelado que en él llevaba caramelos, un bolígrafo, las gafas de cerca, billetes de 5 y 10 libras doblados para las donaciones de la iglesia y un enganche para colgarlo debajo de la mesa. Otros afirman que guardaba solo un pañuelo y los guantes. Pero viéndola a los 96, con el bastón, lo de menos es el contenido de dentro. Isabel II se agarró a su bolso de un modo atávico para definirse. No se separó de él hasta el último suspiro, complementándose como una mujer fiel a sí misma que jamás se dibujó en la copia de otras. Una herencia, la del bolso, muy difícil de sostener.