Gorbachov

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

OPINIÓN

CHRIS HARDY / ZUMA PRESS / CONTA | EUROPAPRESS

04 sep 2022 . Actualizado a las 12:49 h.

Aquellos que contribuyen desde dentro a que se derrumbe un sistema evitando que explote y que cause un mal mayor no suelen ser amados por los contrarios ni por los afines al régimen. Serán siempre traidores para los que intentaban prolongar el estado de las cosas a toda costa, aunque el paciente estuviera en la unidad de críticos. Y se convertirán en símbolos del oscuro pasado para los del otro extremo, los que quisieran haber quemado una época desde los pilares. Sucede también con Mijaíl Gorbachov, con todas sus virtudes y defectos. Nadie podría superar el VAR de la historia sin que le sancionaran alguna jugada. Ni Gorbachov. Ni Teresa de Calcuta. Pero la muerte y el funeral descafeinado de Gorbachov, con Rusia ejerciendo de invasor de Ucrania, invitan a pensar que quizás hubo un tiempo en el que se creyó que ciertos pasos venían dados y que los gigantes caían por su propio peso. Es como si se asumiera aquel final de la U.R.S.S. como la extinción natural de un gran dinosaurio, pesado, viejo y exhausto. Die Welt dio la noticia del fallecimiento del último líder soviético diciendo adiós al ruso más amado en Alemania (quizás con la excepción de Schöder). Otros hubieran digerido malamente la caída del Muro y la reunificación germana. Es revelador ese detalle, como lo es el comunicado con el que Putin despidió a Gorbachov: «Fue un político y un estadista que influyó enormemente en la marcha de la historia mundial». «Comprendió profundamente que las reformas eran necesarias». «Se esforzó por ofrecer sus propias soluciones a los problemas que enfrentó la Unión Soviética». Palabras prácticamente huecas que casi servirían también para Hitler, Churchill o el propio Putin. Cada uno con sus soluciones, sus reformas y sus problemas. Pero radicalmente distintos.