ERC votó en contra de la ley estrella del Gobierno, la reforma laboral, que tan buenos resultados está dando. Lo mismo que había hecho con la prórroga del estado de alarma. Y ahora ha votado no al importantísimo decreto anticrisis para mitigar las consecuencias económicas de la guerra de Ucrania, que, entre otras medidas, incluye bajar el precio de la gasolina, el gas y la luz, limitar la subida de los alquileres, incrementar el ingreso mínimo vital o subvencionar a transportistas, agricultores, ganaderos y pescadores. (En este caso, junto al PP y a Vox, y por supuesto al partido de Puigdemont, los tres grupos que siguen instalados en el no a todo). Y se abstuvo en la investidura de Pedro Sánchez. ¿Hasta cuándo habrá que seguir llamando a ERC socio del Gobierno de coalición? Más bien actúa como un enemigo político dispuesto a derrotarlo en el Congreso, tumbando iniciativas que van en favor de la gran mayoría de los ciudadanos, incluidos los catalanes, saliendo en la foto junto a la derecha y la ultraderecha. Un partido que se autodenomina de izquierdas no puede decir no a una panoplia de iniciativas que suponen 6.000 millones en ayudas y rebajas de impuestos. No hizo falta su voto, gracias a que otros grupos pusieron por delante el interés de los ciudadanos a un asunto que nada tiene que ver con lo que se votaba, el espionaje a líderes independentistas. Por cierto, no hay ninguna prueba de que el Gobierno se saltara la ley, algo en lo que los secesionistas tienen experiencia, según sentencia firme. Están como para dar lecciones sobre el Estado de derecho. Parafraseando el dicho, con estos socios tan poco fiables como ERC más vale no tener aliados. O dicho de otra forma, Frankenstein se está descuajaringando.