La despedida

Ramón Pernas
Ramón Pernas NORDÉS

OPINIÓN

Diego Herrera | Europa Press

12 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Su rostro, su cara, estaba literalmente aplastada junto a la ventana del vagón del tren. El niño parecía sonreír. Fuera, desde el andén, un hombre joven apoyaba su mano sobre el cristal, justo donde el niño tenía su cara. Era una caricia que traspasaba el vidrio de la ventana. Era una despedida. El hombretón era su padre. Tenía que quedarse en la estación mientras el tren partiría en unos momentos con su mujer y su hijo, que huían hacia la libertad. Lo habían movilizado para combatir por su país, para defender a su patria. Sucedía en la estación de ferrocarril de Kiev, el viaje era hasta la frontera con Polonia, partían de Ucrania invadida por el ejército ruso.

Y la ceremonia de los adioses más dolorosos, la estación convertida en un valle de lágrimas de despedidas colectivas desde los afectos individuales, era una constante del exilio elegido forzosamente. Un viaje de ida sin previsible billete de vuelta.

Quizá el padre de ese niño montado en el tren, los padres de los casi un millón de pequeños viajando al país plural de la libertad, de la Europa del bienestar y de la primavera asomándose a los valles y las montañas, morirán en combate luchando contra un enemigo impuesto, contra los que ayer eran sus hermanos rusos a los que el sátrapa imperial Putin inoculó el virus del odio más incomprensible.

Era, está siendo, el país de los adioses, de los pañuelos que se agitan para después empaparse con las lágrimas de las despedidas. Los que se quedan son en su mayoría hombres jóvenes que aplazan su cita con la muerte que está sembrando esta guerra de cadáveres. Les han robado su país, su esperanza, su futuro. Un país, una tierra, todas las claves de la memoria, y donde se ubicaban los viejos y grandes afectos campa ahora el dolor.

La despedida en la estación es la foto fija de esta guerra sin sentido, el retrato de la primera etapa de un largo viaje que se quedará para siempre en la mirada del niño, acaso un viaje sin retorno que padres e hijos no podrán olvidar.

Recuerdo la fotografía de Manuel Ferrol, Home e o neno, despidiéndose en el puerto de A Coruña de familiares que parten a la emigración. Las lágrimas navegan ambos rostros. El barco parte para la Argentina. Aquella foto me produjo una angustia que se quedó en mi pecho para siempre. Pero ningún adiós es comparable, ni tan desgarrador, como las despedidas en las estaciones de Ucrania. Slava Ucrainia. Gloria a Ucrania.