Tiroteo en el O.K. Corral

Francisco Ríos Álvarez
Francisco Ríos LA MIRADA EN LA LENGUA

OPINIÓN

Manuel Ángel Laya | Europa Press

19 feb 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Medio minuto duró el tiroteo que varios hombres -algunos de ellos funcionarios de la ley- encabezados por Wyatt Earp entablaron con un grupo de vaqueros con vocación de cuatreros. Sucedió en el O. K. Corral de Tombstone (Arizona). Treinta balas y tres cadáveres después nacía la leyenda que, a falta de un Homero, nos han relatado cineastas como John Ford en Pasión de los fuertes, John Sturges en Duelo de titanes y varios más.

Quizá algún director de esos a los que por aquí les dan el Goya a la mejor película ya esté tomando notas para contar un día el episodio que también comenzó en un ambiente de vacas y macrogranjas y el domingo pasado culminó con la traca del recuento de votos de las elecciones de Castilla y León.

La cosa empezó cuando unas semanas antes el señor Mañueco, que es el Feijoo de allí, disolvió a bocajarro las Cortes castellanoleonesas. Trataba de adelantarse, dijo, a unos traidores que planeaban apuñalarlo por la espalda. No quiso darles tiempo a oírle decir, como César, un «¡Tú también, Igea, hijo mío!». Aunque las malas lenguas cuentan que la convocatoria electoral se ideó lejos de allí. Como es lógico en tiempos de pandemia, se teletrabajó.

Quien pergeñó la jugada vio su objetivo a tiro, la posibilidad de matar dos pájaros de un tiro -uno en Castilla y León y otro en el camino de la Moncloa- y fue como un tiro —pensaba— a tiro hecho. Pero a veces las armas las carga el diablo. Erró el tiro y, como dijo Iglesias Corral, «aquí pasou o que pasou» o, como cantaron Los Chunguitos, «pasó lo que pasó».

Con tantos balazos, alguien se había dado un tiro en el pie. En Ciudadanos dijeron que se trataba de un gatillazo histórico, entendido este en el casto sentido de malograrse la esperanza que alguien tenía de alcanzar su objetivo, no en el de fracasar en su intento de culminar un coito. El objetivo parecía estar a huevo, pero el tiro había salido por la culata.

Concluido el tiroteo del O.K. Corral, el de 1881, en el suelo yacían los cadáveres de Billy Clanton y los hermanos Frank y Tom McLaury. Salieron con vida los Earp y el dentista, tahúr y pistolero Doc Holliday, pero a este episodio le siguió una espiral de venganzas que se cobró varias vidas. A ver en qué acaba lo de por aquí, donde el duelo al sol del jueves en la calle Génova ha cambiado el panorama.