Los dientes, Pablo, los dientes

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

M. Dylan | Europa Press

18 dic 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Si yo me llamase Pablo Casado y la vicepresidenta Calviño hubiese dicho de mí que soy un «desequilibrado», también me cabrearía muchísimo. Si Calviño no fuese una dama, hasta es posible que la incitara a que me repitiera eso en la calle y le hubiera arreglado un par de costillas. ¿Desequilibrado yo, que soy el puro equilibrio entre Vox y los radicales que nos gobiernan? Pero creo que ahí terminaría mi cabreo. A partir de ahí haría alguna reflexión a partir de una pregunta fundamental: ¿compensa declarar la guerra a esa señora?

En un lado del cuaderno pondría los datos a favor y solo encuentro uno: quien insulta, sobre todo si pone en duda la salud mental del insultado, no puede quedar impune. Yo no soy tan católico como para poner la otra mejilla, ni tan cínico para hacer como que no ha ocurrido nada. Calviño, te vas a enterar. De entrada, te vamos a hacer cien preguntas en el Congreso de los Diputados.

En el otro lado del cuaderno solo sabría poner dudas. La primera, en forma de interrogantes: ¿debo declarar la guerra a Calviño si es la miembro del Gobierno que está más próxima a las ideas económicas del Partido Popular? ¿Lo entenderían nuestros votantes más cultos e informados? ¿Y entenderían que una conversación privada, sin micrófonos ni testigos, sea convertida en un problema político de primera magnitud porque contribuye a enrarecer todavía más el ambiente y eso no me ayuda ante los sectores más templados de la sociedad? Confieso que no tendría clara mi respuesta.

Pero hay más: al tratarse de algo que fue dicho al alcalde de Madrid y portavoz nacional del Partido Popular, solo el alcalde de Madrid y portavoz del Partido Popular se enteró. Ahora, por la revelación del señor Almeida, difundida por todos los medios informativos, todo el mundo sabe que Calviño me llamó «desequilibrado», y, entre los millones de personas que lo oyeron de boca de Almeida, seguro que hay unos cuantos miles que han creído en mi desequilibrio. No creo que me convenga darle más vueltas a ese arroz.

Y finalmente, las cien preguntas de castigo a la vicepresidenta. Primera reflexión: no la castigamos a ella, sino a los pobres funcionarios del Ministerio de Economía a quienes les toca documentarse e ingeniar las respuestas. Y segunda reflexión: cada vez que se haga pública una respuesta, en boca de la ministra o por escrito, habrá alguien que recuerde que la pregunta se hizo porque me llamó desequilibrado. Es decir, que un centenar de veces habré facilitado el recuerdo del insulto. La conclusión sería que lo más recomendable es hacer lo que hacen todos: si se cruzan en el pasillo del Congreso o en cualquier otro lugar público, taparse la nariz como Odón Elorza y decir lo que Isabel Pantoja dijo a Julián Muñoz: «Dientes, dientes, que es lo que les jode». Pero claro: no soy Pablo Casado, ni siquiera milito en el Partido Popular.