Georgie Dann

Luis Ferrer i Balsebre
Luis Ferrer i Balsebre EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

BENITO ORDOÑEZ

07 nov 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Conocí a Georgie Dann. Coincidimos en varios encuentros casuales en el gimnasio de José Luis de Frutos —diploma olímpico de yudo—, donde a veces entrenábamos juntos sus alumnos y los del gimnasio Banzai de Madrid con el sensei Rafael Ortega

Aunque el nombre de Georgie Dann sepa a cerveza de chiringuito y barbacoa, tenga temperatura de verano y provoque un síndrome psicomotor de Bimbó y Casatschok, Georgie era un tipo inteligente, alegre, educado y cosmopolita; bajo sus imposibles solapas setenteras se escondía un músico de carrera y fuste, gran flautista y mejor saxofonista, además de maestro titulado, que supo encontrar el éxito en ritmos sencillos y festivos que componía para ponerle banda sonora al verano de turno. Como yudoca no era tan bueno, pero ponía mucho interés.

Muchas de las canciones que popularizó hoy serían inefables herejías: «¿Qué será lo que tiene el negro?» (machismo y racismo intolerable), «la cerveza que tiene buen cuerpo y qué buena está» (micromachismo metafórico), «qué buenos los chorizos parrilleros» y el elenco de gogós (explotación heteropatriarcal del cuerpo femenino); pero, a pesar de todo, los pecadores que habitamos el alienante mundo pre pandémico no quedamos indiferentes ante su música cuando se trata de sudar la conga en una fiesta de verano.

Aparte del personaje y sus connotaciones nostálgicas, ¿cuál es la clave de que Georgie Dann y tantos otros artistas de décadas anteriores sigan poniendo a la gente a bailar? La misma por la que tantas cosas vintage se ponen de moda, desde el vinilo a la ropa, desde los muebles a los coches: la estabilidad que proporciona lo antiguo y lo clásico, frente al vértigo y la rapidez contemporáneos. Lo explica muy bien Byung Chul-HanLa desaparición de los rituales— cuando hace referencia a que lo antiguo tiene algo de permanente y estable, una vuelta a casa apacible con tranquila certidumbre.

Es evidente que la relación y el apego que uno establece con un vinilo de los Beatles o un cedé de Camilo Sesto —grande Camilo— no tiene nada que ver con la que se desarrolla con el último modelo de iPhone o el último Windows. Los unos permanecen y los otros son efímeros de temporada.

¿Cuántos éxitos de las dos últimas décadas siguen sonando actualmente? ¿Y cuántos de las cuatro décadas anteriores? Dice Fito, de los Fitipaldis, en su último trabajo que el rock es una música viejuna para viejunos, no digo yo que no, pero el rock y los ritmos de verbena los cantan y bailan muchos millennials que perrean con el reguetón y el rap. Lo efímero frente a lo permanente.

¡Brindo con calimocho por Georgie Dann, antídoto de malos rollos, aroma de verano, y bailemos el bimbó!