España: lenguas, himnos y banderas

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

David Zorrakino

19 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Este viernes, tras el parto de los montes de la mesa de diálogo (en la fábula de Esopo aquellos, con gran estrépito, parían un ratón), Pedro Sánchez informó de nada en una declaración en la que apareció flanqueado por la bandera de España y la senyera. Finalizada su intervención, un trabajador, con toda naturalidad, quitó la bandera de España y dejó solo la senyera antes de que tomase la palabra Pere Aragonés.

La imagen, vista por millones de personas, sería inimaginable en cualquier país del mundo, incluidos los federales, lugares todos donde saben que, si se quiere conservar la cohesión territorial que permite a las naciones pervivir a largo plazo, una fuerte descentralización exige mantener símbolos compartidos por amplias mayorías, más allá de la pluralidad de poderes y la división de competencias.

En España, que sigue siendo different, hemos construido, sin embargo, un sin par modelo federal en el que uno de los Estados más descentralizados del planeta (España supera en gasto regional a Bélgica, EE.UU., Austria o Alemania) convive con una, primero progresiva, y ahora galopante, destrucción de los símbolos comunes y del más importante elemento de cohesión cultural de cualquier país que tenga la fortuna de gozar de una lengua compartida: el castellano, en nuestro caso.

Respecto a los símbolos no insistiré en lo que es bien conocido: que, en ocasiones con independencia de si gobiernan los separatistas, el PSOE (convertido al fanatismo nacionalista con la fe del carbonero) o el PP (que deja hacer con la vana esperanza de que no lo tachen de franquista), las banderas y los himnos regionales se han convertido en los únicos existentes, quedando reducidos los nacionales a actos militares y poco más. La naturalidad con que la generalidad de la población ha asumido tan demencial anomalía es prueba palpable de cómo la clase política ha desterrado los elementos de identificación de la España evidente (título de un gran libro de Xosé Luis Barreiro) a favor de supuestas naciones, que ni lo han sido jamás ni nadie las reconoce fuera como tales.

En cuanto a la batalla contra la lengua común, desaparecida de la vida pública en todos los territorios que comparte con una lengua vernácula, convertida de hecho en la única institucional, baste recordar tres noticias de esta semana que prueban el grado de delirio que hemos alcanzado: el PSOE de Asturias quiere que el bable sea lengua cooficial en el Estatuto (pretensión que hace unos años hubiera provocado un formidable pitorreo), el PSOE quiere que en Mallorca los políticos hablen allí solo en catalán (¡Vivan las caenas!) y el Gobierno Balear expulsará a los médicos que no hablen catalán aunque al precio de contratar a latinoamericanos para cubrir las vacantes de los lingüísticamente depurados.

El que se oponga a cualquier de estás maravillas u ose reivindicar un uso compartido y cordial de los símbolos comunes y los territoriales ya sabe lo que le espera: ser acusado, por lo menos, de facha, casposo y carcamal. Así que a callar. Y a desfilar.