Error no forzado

Luis Grandal PERIODISTA Y PROFESOR DE PERIODISMO INTERNACIONAL EN LA UNIVERSIDAD CARLOS III

OPINIÓN

DPA vía Europa Press

25 ago 2021 . Actualizado a las 08:53 h.

Hemos oído muchas veces la expresión «error no forzado» cuando hemos visto un partido de tenis. Se trata de errores que podrían haberse evitado cuando se supone que la situación está bajo control. Se mire por donde se mire, el lapsus de Joe Biden al ignorar a España, en un primer mensaje, con el agradecimiento por su contribución en Afganistán a 26 países, fue subsanado al día siguiente con una llamada telefónica al presidente Sánchez y tras conocerse en la prensa española esa afrenta. Estoy convencido de que si nos hubiera incluido en la lista, esa llamada no se habría hecho. Que el error se produjo no cabe ninguna duda. Que fue no forzado parece que también. Lo preocupante es en dónde se originó el error y por qué esta cuestión de detalle -tan cuidado, por otra parte, por la diplomacia americana- pudo ocurrir. ¿Fue en la Casa Blanca? ¿Fue en la Secretaría de Estado? ¿Es responsable Joe Biden, Kamala Harris o Anthony Blinken, que fue quien redactó el comunicado? ¿O los tres? Y todo esto sucedió sin que Estados Unidos tenga aún embajador en España. A finales de julio se dio a conocer el nombre de la nueva embajadora, Julissa Reynoso, abogada, de origen dominicano, y hasta ahora jefa de gabinete de la esposa del presidente, Jill Biden. Su nombramiento debe ser ratificado por el Senado.

Los Estados Unidos son un país ejemplar en el desempeño de la diplomacia pública. Gastan mucho dinero y emplean muchos recursos en convencer a los demás de sus valores y tomas de posición fuera de sus fronteras. Como hacen otros aunque sin tantos medios. Por eso me llama la atención ese «error no forzado» con España. La diplomacia pública es un concepto muy antiguo. La ejercieron todas las civilizaciones e imperios. Para las relaciones internacionales es de obligado aprendizaje. Maquiavelo la consideraba un arte y fue quien inauguró este concepto en la Edad Moderna. Luego vino la Paz de Westfalia (1648), que la generalizó en Europa. Y, finalmente, fue el presidente norteamericano Woodrow Wilson quien, tras la Primera Guerra Mundial, le dio un carácter más abierto y público, y, por tanto, menos secreto y restringido.

Con todo, en mi opinión, la mejor diplomacia pública que se ejerce en el mundo es la de la Santa Sede. Qué son si no las nunciaturas apostólicas, cuyo origen está en la Edad Media cuando la Iglesia católica -no olvidemos que katholikós significa universal- enviaba misiones diplomáticas a los soberanos para resolver diferencias políticas y espirituales. También estoy convencido de que la mejor información la maneja el Vaticano, sencillamente porque está a pie de calle en las parroquias y en las misiones en todos los países del mundo.

Como no hay mal que por bien no venga, España debe aprovechar ese «error no forzado» para estrechar más lazos de confianza con los Estados Unidos. Somos un país fiable aunque, a veces, nuestra política exterior debe ser corregida inteligentemente. Somos una potencia media y en ocasiones damos la sensación de ser irrelevantes en política internacional. Quizás en ciertos ambientes se nos ve así. Está en nuestras manos cambiarles el criterio.