Sobre menas y mentiras

OPINIÓN

Antonio Sempere

16 ago 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Durante las elecciones de Madrid, cuando la izquierda tomó conciencia de la derrota que se le venía encima, aparecieron dos temas -uno de ellos con la colaboración necesaria de la derechona- que estaban llamados a generar la escandalera del siglo. El primero fue la impostada reacción contra el cartel de Vox -«Un mena, 4.700 euros al mes. Tu abuela 476 euros de pensión»- con la que el PSOE, dando por supuesto que la izquierda siempre suda agua bendita -con perdón de la paradoja-, mientras la derecha rezuma ácido sulfúrico, quiso disimular la errática y fragmentaria gestión de la coalición gobernante. Y después vinieron aquellos envíos de balas, que Correos no detectó, que fueron presentados como un remake de las vísperas de la Guerra Civil, cuando izquierdas y derechas empezaron a pasear al personal incómodo, aunque la memoria histórica haya demostrado que solo paseaba la Falange, porque la izquierda se limitaba a ultimar, como dicen en Guatemala, a los esbirros del fascismo. 

Lo de las balas acabó como el rosario de la aurora, cuando apareció una navaja en un sobre con remitente, y cuando la Guardia Civil no pudo investigar, como sabe hacerlo, tan misteriosos envíos. Y lo de los menas -menores extranjeros no acompañados ni tutelados- empieza a finiquitarse ahora, cuando el juez Marlaska -que tantas maldiciones le echó a aquel cartel de Vox que, aunque era falsario y deleznable, no cambió el estatus de ningún niño- acaba de ordenar la templada devolución de ochocientos menores que, tras varios meses deambulando por Ceuta, van a ser entregados a Marruecos en grupo, sin personalizar sus expedientes, y, a decir de la ministra Belarra, incumpliendo la legislación nacional e internacional.

A Marlaska, por lo que se ve, le parece más grave el cartel populista y oportunista de Vox que devolver a Marruecos -ese país que manipula a los emigrantes como si fuesen mercancía- a estos menas que, además de soportar las incertidumbres que ahora se generan, llegarán a su país lastrados por la peripecia que acaban de experimentar.

Marlaska no tiene cara de malo, y por eso estimo que no lo es. Su defecto es que, a pesar de sus muchos años de juez, y de las oportunidades que tuvo para madurar como persona y político, llegó a Interior sin saber que es más fácil predicar y juzgar que dar trigo y ejecutar sentencias. Y por eso se ha convertido en el mayor crítico de sí mismo, ya que, tras descubrirnos los infinitos peligros que acechaban a los menores y a la democracia tras el cartel de Vox, se ha convertido en el Herodes que se deshace de los inocentes sin reparar en los errores e incapacidades que ya exhibe en su currículo de pésimo gobernante. Yo sé que la actual política de inmigración es farisea e insostenible, y que Marlaska se mueve en ella con las manos atadas a la espalda. Pero no dudo en criticarlo acérrimamente porque él fue el primero que intentó banalizar la cuestión a su favor, y porque me gusta probar que es más fácil cazar a un demagogo que a un cojo.