Cursillo de integridad

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

David Zorrakino

24 jul 2021 . Actualizado a las 09:55 h.

He leído por ahí que el Gobierno catalán quiere que los servidores públicos de esa comunidad autónoma sean ejemplares y asombren al mundo por su honradez, su buen comportamiento y otras bondades que todavía desconozco, pero, viniendo de quien vienen, tienen que ser soberanas. El método es muy simple y no demasiado costoso: se trata de obligarles a asistir a un cursillo de integridad pública. Metidos en gastos, seguro que era más visible, ostentóreo diría Jesús Gil, hacer un máster, pero tampoco se trata de acobardar a los demás gobiernos regionales. Un cursillo está bien, siempre que los alumnos sean aplicados, no hagan novillos y puedan presumir entre los vecinos de que tienen un diploma que acredita sus estudios de integridad.

Intentaré asistir a algunas de sus clases.

Mientras hago los trámites, que supongo que serán complicados porque no hablarán en gallego, me dispongo a lamentar que el señor Aragonès no haya sido antes presidente de la Generalitat. ¿Os imagináis que este militante de Esquerra hubiera gobernado después de Tarradellas? Cataluña sería hoy un paraíso ético. Pujol habría declarado mucho antes el dinero de la herencia que tenía en el extranjero para que España no se lo robase. Convergència Democrática no se habría financiado ilegalmente. Los gobernantes no habrían tenido necesidad de quedarse con el dinero del Paláu. Y, sobre todo, Pasqual Maragall no habría tenido que decir aquello del «tres per cent». Y, si se hubiera cobrado ese porcentaje en forma de comisiones ilegales, habría sido para fines humanitarios, para repartir entre los pobres, y lo que sobrase se habría destinado a solidaridad con los desheredados del resto de España, ante los que un buen catalán es tan sensible.

No pudo ser, está claro, pero lo será a partir de este cursillo, cuyo ejemplo no dudo que será seguido en todos los ministerios, en todas las consejerías autonómicas de España, en todos los ayuntamientos, en los partidos y en los chiringuitos.

A partir de esas lecciones, ya no será necesaria ninguna ley contra la corrupción, porque los alumnos sabrán que robar está feo, que abusar no queda bien, que practicar el tráfico de influencias será un bochorno que ningún servidor público podrá soportar y que malversar y practicar el nepotismo y otros ismos que se han colado en las costumbres administrativas va contra el espíritu benefactor del cursillo. Es decir, que será una herejía.

Lo que ignoro de ese cursillo, por eso quiero asistir a sus clases, es si dedicará alguna lección -no hace falta que sea práctica- a otro tipo de integridad que se conoce como cumplimiento de la ley. Estaría bien, sobre todo ahora que no está Torra, pero no voy a insistir en ello, porque Cataluña es Catalunya y tampoco se puede exagerar.

Un funcionario íntegro es aquel que no roba ni abusa, pero tiene su propio código. Por supuesto, catalán.