El gran equilibrio

José Enrique de Ayala EN LÍNEA

OPINIÓN

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11 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Si hay un asunto candente que el presidente de EE.UU., Joe Biden, ha heredado de su predecesor y en el que su política puede cambiar muy poco es la relación de su país con el imparable ascenso de China hacia una hegemonía comercial y tecnológica que ninguna administración en Washington puede razonablemente aceptar, so pena de dejar caer a EE.UU. en una vulnerabilidad extrema. Cambian las formas agresivas e impredecibles de la Administración Trump, pero lo cierto es que en sus primeros 50 días la nueva Administración demócrata no ha dado un solo paso en la dirección de buscar un mayor entendimiento o distensión con Pekín. La política arancelaria se mantiene por el momento, afectando a 360.000 millones de dólares, dos tercios de las exportaciones chinas, lo que puede ser comprensible si se considera que el déficit comercial de EE.UU. ascendió en el 2019 a 616.800 millones de dólares.

Más peligroso para Washington resulta aún la dependencia en el área tecnológica. EE.UU. no tiene suficientes recursos para cubrir sus propias necesidades en este campo, especialmente en semiconductores. Depender de su principal rival en un asunto tan vital es tal vez el peligro principal al que se enfrenta una relación claramente desequilibrada. Hay otros, como los ciberataques -recientemente Microsoft ha sufrido uno de gran envergadura que se supone procedente de China-. Y las empresas dominantes, como Mobile o Unicom, controladas por el Ejército chino, y otras que, siendo teóricamente privadas -Huawei, ZTE- no ofrecen, al menos a juicio de Washington, suficientes garantías de independencia política como para confiarles el desarrollo de tecnologías tan sensibles como el 5G.

China es el gran rival geopolítico de EE.UU., y lo va a ser durante todo el siglo XXI. En realidad, es su único problema, pero de una magnitud desconocida, ya que su impulso es irrefrenable. Biden se va a ver obligado a utilizar todos los recursos disponibles para tratar de debilitarla, incluido el recurso a la defensa de los derechos humanos (Xinjiang, Hong Kong), algo a lo que Pekín es especialmente sensible. No se trata de una confrontación geopolítica, la estrategia de Xi Jinping se limita a intentar mantener la unidad del país, recuperar Taiwán y abrirse paso hasta el estrecho de Malaca, esencial para su comercio, y ninguno de estos objetivos debería ser un casus belli para EE.UU. El mantra del presidente chino es la «coexistencia pacífica», no quiere problemas, porque sabe que si nadie se los plantea tiene todas las de ganar.

La diferencia más importante, respecto al enfoque de Trump, es que Biden sabe que necesita a la Unión Europea para poder tener unas mínimas garantías de éxito en su pugna con el gigante asiático, y va a intentar por todos los medios conseguir ese apoyo. El momento no es bueno porque justamente la UE acaba de firmar con Pekín, en diciembre, un acuerdo de inversiones que pone fin a un viejo contencioso de reciprocidad por parte europea, aunque este acuerdo tiene todavía por delante mucho recorrido administrativo y legal. La UE se va a ver en la disyuntiva de alinearse de nuevo con EE.UU. en algo que no será una guerra fría, pero sí la búsqueda del Gran Equilibrio -al modo de aquel Gran Juego que enfrentó a Reino Unido y Rusia por el control de Asia Central en el siglo XIX-, un equilibrio que China pretende superar en el 2049, coincidiendo con el centenario de la revolución maoísta, convirtiéndose en la primera potencia mundial sin discusión. Pero tal vez a la UE no le interese ahora mismo un alineamiento tan claro con uno de los dos grandes contendientes, salvo que eso le aportara ventajas sustantivas, ya que podría caer de nuevo en un papel de actor de reparto sobre el que llueven las desventajas de uno y otro lado. Puede que, para los europeos, este inevitable enfrentamiento entre los dos gigantes les permita acceder al fin a la tan traída y llevada autonomía estratégica, y buscar un hueco desde el que defender sus propios intereses, que no tienen que alinearse indefectiblemente con los de unos u otros. La diplomacia de EE.UU. va a intentar que esto no suceda. La china va a intentar ofrecer compensaciones, ya lo ha hecho. Las cartas están echadas.