FLICKR / DANIELLA SEGURA

29 dic 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

El cacahuete es originario de América, como han constatado descubrimientos arqueológicos en Perú y México, donde se los encontró decorando piezas de alfarería. Fueron portugueses y españoles quienes los introdujeron en África y Europa -qué no habrán difundido españoles y portugueses por todo el planeta- y hoy en día son base de la alimentación de medio mundo y vicio perpetuo de aperitivos y copas trasnochadoras.

Que los cacahuetes son viciosos es algo que he constatado a lo largo de este año cargado «de esa soledad que toca el xilofón para pagarse el alquiler» (Artur Miller dixit); he visto a muchos amigos perder el tren del jamón y la tortilla por entretenerse demasiado con ellos cuando la tarde tocaba el xilofón.

El cacahuete no es un fruto seco como muchos creen, es una leguminosa con vocación de amante del Hades, una planta telúrica que crece bajo la tierra donde gesta sus frutos. No me extrañaría nada que Orfeo bajara al inframundo comiendo cacahuetes para rescatar a Eurídice.

El cacahuete es pariente huraño, introvertido y esquivo del garbanzo o los guisantes, gusta de la oscuridad, nace en féretros de cáscara impenetrable y vive amortajado en una piel caoba hasta resucitar en el tostadero, donde alcanza la gloria eterna y el favor de los mortales.

El cacahuete es incierto y travieso, jamás desvela si el parto va a ser simple, gemelar o múltiple; abrir un cacahuete es abrir un sarcófago que siempre esconde sorpresa en número y sabor. Es además un alimento de propiedades nutritivas excelentes, con gran poder antioxidante, rico en zinc y ácido fólico que refuerzan el sistema inmunitario y cuidan del embarazo.

Razones sobran para abandonar las uvas y pasarse al cacahuete en este fin de año de insólitas conjunciones. ¡Feliz Año Nuevo!