El transporte tradicional, el que usa combustibles derivados del petróleo (gasolina, gasoil), es uno de los principales contribuyentes al incremento de la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera. Automóviles, aviones, trenes y barcos son los principales emisores. También las calefacciones y un elevado número de procesos industriales que necesitan energía para funcionar. Es sabido que el CO2 es uno de los principales gases de efecto invernadero.
Durante el confinamiento, por el estado de alarma ligado al coronavirus, se redujo drásticamente la circulación de vehículos de toda índole y también la producción industrial. Como consecuencia de ello, según algunas fuentes, las emisiones de CO2 a la atmósfera se redujeron un 17 % a nivel mundial (un 32 % en España y un 25 % en China). Cada día se dejaron de lanzar a la atmósfera 17 millones de toneladas de CO2.
Si el incremento de las emisiones de gases de efecto invernadero provoca un aumento de la temperatura media del planeta, la disminución, lógicamente, debe reducir esa temperatura.
El confinamiento ha supuesto un alivio para el planeta, ha provocado una reducción significativa en la contaminación atmosférica y ha dado lugar al período más silencioso de la historia desde que se tienen registros (La Voz 24-7).
Es decir, la pandemia del coronavirus ha originado algunos beneficios.