Aquí, una ourensana

Fernanda Tabarés
Fernanda Tabarés OTRAS LETRAS

OPINIÓN

GUSTAVO RIVAS

03 jun 2020 . Actualizado a las 08:03 h.

Un viejo respingo reapareció con aquel titular hace unos días: «Policía, venga a mirar si hay aquí unos ourensanos». Una crónica de María Hermida certificaba esa mirada aviesa con la que al parecer algunos nos miran durante la fase 2 por atrevernos a cruzar fronteras hacia el Atlántico. Confinados en las tierras lejanas del interior, esas que fueron excluidas del paraíso oceánico por castigo o descuido divinos, un ourensano es una buena pieza a cobrar por los policías del covid, ciudadanos de apariencia normal que viven camuflados bajo mascarillas y convencidos de que el virus, pillo él, conoce muy bien los límites de una provincia. Podrían estar en Poio preocupados por la llegada de oriundos de Agolada, Vila de Cruces o Forcarei, castigados como los de Ourense a vivir en un municipio sin más mar que el de los sueños, pero los vigilantes tienen una mirada entrenada y un instinto impecable para detectar que un tipo es de Melón y no de A Cañiza, aunque la distancia de sus vidas habituales sea de centímetros entre dos concellos solo separados por un cartabón administrativo.

A los de Ourense debe de notársenos en los andares, en un Pantone epidérmico aceitunado o en ese tumbao que tienen los guapos al caminar, pero está claro que a uno de Mariñamansa se le detecta a legua cuando abandona la reserva y avanza posiciones. Somos, eso es verdad, una especie que tiende al gregarismo, especialmente en nuestras migraciones periódicas a Samil, en donde el ourensano chapotea alegre antes de emprender el viaje de regreso a las hostiles praderas de las montañas de Queixa, o así.

Ourensanos, repasémonos bien. Urge ya un perfil racial y un carné de Ourense-Auria-Oregón.