Malditas mentiras y estadísticas

Rafael Arriaza
Rafael Arriaza CLICHÉ

OPINIÓN

Quique Garcia

19 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

La frase que divide los posibles engaños institucionales en tres grandes niveles, mentiras, malditas mentiras y estadísticas, tiene bastante más de un siglo de antigüedad, lo que da una idea fehaciente de que la manipulación de los grandes números es algo ya consolidado. Ha sido atribuida, sin que exista clara unanimidad en los historiadores, a Mark Twain y a Benjamin Disraeli. Por un lado, yo me sentiría tentado de aceptar al ilustre escritor y humorista como padre de la criatura. Pero por otro, el hecho de que Disraeli fuese, durante su período como primer ministro británico, uno de los más agresivos promotores de la expansión -y no por las buenas, precisamente- de las colonias del Imperio a lo largo de la historia me inclina más por él. La necesidad de lograr que se aceptasen sus postulados, de justificar guerras por doquier, con el consiguiente coste de vidas, me encaja bien con la manipulación de los datos para convertir las cifras -por medio de la estadística- en favorables a sus intereses. Tú distrae y da muchos datos, que no pasa nada. Vivimos ahora mismo en un maremágnum de cifras y estadísticas que se pliegan ora acá, ora acullá, según quien las maneje, al antojo de unos o de otros. Y pareciera que el fin último de todo esto es -básicamente- trasladar las certezas al plano de las suposiciones, para que todo sea interpretable. Vamos a ver: entre el personal sanitario (no voy a entrar en la causa, ni en las responsabilidades) había el 16 de abril 24.000 infectados por coronavirus, y 25 muertos. Se trata, mayoritariamente, de un grupo de población de entre los 23 y los 65 años, casi todos. Y es una población aceptablemente bien controlada, de manera que podemos decir que, para la población en ese rango de edad, la mortalidad entre los que muestran síntomas es de aproximadamente de uno por mil. Algo similar se podría aplicar a los miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado. Ahora bien, ¿quiere eso decir que miremos solo la estadística y nos quedemos tranquilos? En absoluto. El drama no nos lo dan las cifras, aunque puedan encogernos el corazón. El drama, el vacío, lo deja cada muerte individual. Cada una de esas personas que oficialmente quedan diluidas en la gran cifra, pero que dejan en la vida y los corazones de los que los quieren -eso es algo que se mantiene en presente, aunque el receptor de ese amor ya no esté- el peso y el poso de lo que ocurrió. Probablemente, aquellos que han perdido a un ser querido lo que piden es que haya más sinceridad en las manifestaciones de apoyo, en las declaraciones institucionales. Menos estadísticas alabando lo bien que lo han hecho los unos, los otros y los de más allá. Menos fotos poniendo el lado bueno (aunque haya que quitarse la mascarilla para eso), menos pose y más trabajo callado. Callado y responsable, como el que está haciendo toda la gente que se afana día a día para romper la maldita curva. Otra espléndida figura estadística que se maneja a gusto del número de test que se han podido realizar, de los recuentos dependiendo de si se computan los fallecidos de una u otra manera, o de que alguien quiera echar culpas o balones fuera, según se tercie el momento. Callado como el silencio de los que se fueron y el llanto doliente de los que quedaron echándolos de menos. Hace unos días, en pleno apogeo del desastre («en el pico de la curva», que dirían los de las estadísticas), uno de mis hijos tuvo que llamar a la hija de un paciente que acababa de fallecer en el hospital donde trabaja, en Madrid, para comunicarle la triste noticia. La mujer le contó, llorando, que estaba en otro hospital con su madre, cuyo estado hacía prever que probablemente fallecería también esa misma noche. Este tipo de cosas son las que han constituido la realidad. El resultado de los retrasos y errores. Pero olvidándonos por ahora de eso, cada uno de los muertos se merece un mínimo de dignidad, y eso es lo que -al menos, yo- echo de menos en los ¿responsables? políticos de todo el país.