Era previsible

Enrique Castellón
Enrique Castellón FIRMA INVITADA

OPINIÓN

Elías L. Benarroch

02 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Puede haber quien piense que este desastre no podía siquiera imaginarse. No es así. Era previsible y de hecho se había previsto. Hace años (y cada año), desde que apareció la gripe aviar en 2005, que unidades muy solventes de inteligencia epidemiológica venían avisando. Marc Lipsitch, profesor de epidemiología en Harvard señalaba, en un estudio en 2015, la presencia de un coronavirus presente en murciélagos en China (similar al SARS) con riesgo de saltar a humanos y con potencial de causar una pandemia. El estudio anticipaba un proceso con elevada morbi-mortalidad, grave afectación de la economía y escasa capacidad de respuesta por agotamiento de recursos. En un artículo publicado en la revista Político en 2017 se afirmaba que una gran crisis sanitaria global era una cuestión de «cuándo» y no de «si».

Por tanto, esta pandemia no es en absoluto una anomalía. Las enfermedades infecciosas emergen más rápido que nunca en la historia. Entre 1980 y 2013 el número de episodios epidémicos anuales ha pasado de menos de 1.000 a más de 3.000 con presencia progresiva de zoonosis. Las grandes concentraciones humanas, la movilidad, la globalización, el cambio climático, son algunas de las razones de este incremento. Pero los programas de control sanitario no se han adecuado a estas circunstancias.

A esta pandemia aún le queda recorrido. La próxima es cuestión de tiempo. Ya hemos visto lo vulnerables que somos. Se ha puesto en evidencia la fragilidad de la economía, la preparación de los sistemas sanitarios y la falta de inversión en salud pública. Ahora se ha tocado a rebato y surgen, a veces ordenada y otras desordenadamente, iniciativas por doquier. Fondos específicos para proyectos de investigación, ensayos clínicos con moléculas conocidas, transfusiones de plasma, inmunomodulación, desarrollo de nuevas terapias incluidas vacunas. La sociedad entera está hiperactiva estos días.

Cuando la curva se aplane, existe el riesgo real de volver a la miopía y el cortoplacismo. Disminuirá el interés. Los recursos se evaporarán. Las prioridades serán otras. Y la salud pública no dispondrá de los medios necesarios para responder ante una nueva crisis, que sucederá más pronto que tarde. Es una ingenuidad confiar en que este paradigma cambie espontáneamente. Es evidente que no lo hará si no hay una exigencia social explícita. Una exigencia para tener sistemas más fuertes de salud pública que detecten a tiempo las amenazas y puedan contenerlas, disponiendo de protocolos basados en una evidencia de la que ya se dispone. Para financiar de manera sostenida en el tiempo —y no coyuntural— la I+D en nuestro país. Para tener disponible una capacidad productiva propia de los recursos necesarios. Para disponer de una organización sanitaria ágil que responda a la emergencia sin sufrir bajas ni desatender a pacientes con otras enfermedades. Y, por supuesto, para proteger, en tiempo y forma, a los más vulnerables. La próxima pandemia con sus enormes costes asociados no es una posibilidad, sino una certeza. La prevención es infinitamente más barata. Esta es otra certeza.