El cuento del bello durmiente

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

SERGIO PEREZ | Reuters

13 nov 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Si Sánchez, en lugar de hacer política en su despacho de la Moncloa, o en el que tiene en la sede de Ferraz, tomara sus principales decisiones en un coche viviría en un mareo permanente e insoportable, tal es la envergadura, la rapidez y la recurrente repetición de sus bandazos formidables. Hoy dice o hace una cosa con la aparente firmeza de quien está profundamente convencido de sus palabras o sus hechos y al día siguiente dice o hace todo lo contrario, sin que le tiemble la voz o se le demude el color.

Acostumbrados ya a sus constantes cabriolas, la de ayer ha superado, sin embargo, todo lo que cualquiera en sus cabales podría llegar a imaginar. El domingo fuimos a elecciones, tras más de seis meses desde la celebración de las anteriores generales, porque a lo largo de ese tiempo Sánchez no quiso llegar a un acuerdo ni con Iglesias ni con nadie, lo que se tradujo en que España viviera en una situación de interinidad muy negativa para hacer frente a todos los problemas y desafíos del país.

Pero no le importó eso a Sánchez ni un comino. Como su única preocupación ha sido siempre la extensión de su poder, el mismo día de las elecciones del 28 de abril decidió que su acción en los meses sucesivos iría dirigida a torear a todo el mundo (opinión pública y partidos) con la disimulada finalidad de alcanzar dos objetivos: primero, forzar como fuera unas nuevas elecciones, en las que esperaba mejorar de forma sustancial su posición parlamentaria, aumentando el cortísimo número de escaños que tenía en el Congreso; y, segundo, hacer culpables a todos los adversarios de esa nueva convocatoria electoral, con la impagable ayuda del poderoso aparato de propaganda de RTVE, siempre ayudado por los periódicos afines al PSOE.

Pero, aunque finalmente hubo nuevas elecciones, Sánchez no alcanzó ninguno de los otros objetivos: los electores no compraron la mercancía averiada de que la culpa de la repetición no era del PSOE; y, como consecuencia de ello, ni Sánchez, ni Podemos, que fueron los únicos que negociaron sobre la formación de gobierno, aumentaron su presencia parlamentaria sino que la bajaron.

La respuesta a ese ir a por lana y salir trasquilado que Sánchez sufrió el 10 de noviembre llegó el 12 en forma de una de esas fantásticas piruetas a las que el líder socialista ya nos tiene acostumbrados. Y así, la negociación que no pudo cerrarse en seis meses con Podemos, se cerró en 48 horas, aunque el acuerdo entre los dos principales partidos de la izquierda está muy lejos de ser una mayoría de gobierno: Podemos y el PSOE suman 155 diputados y deberán ahora negociar lo fácil (Más País) y lo insufrible (PNV, Junts per Catalunya y ERC).

Veremos en días sucesivos qué esta dispuesto a dar a los separatistas quien ha entregado una vicepresidencia a Iglesias después de proclamar que no podría dormir teniéndolo en el Consejo de Ministros. Con este nuevo bello durmiente la cosa es para echarse a temblar.