La villanía

Fernando Ónega
Fernando ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

GORKA ESTRADA | Efe

30 jul 2019 . Actualizado a las 12:05 h.

Me pregunto qué pensará un niño de 7, 10 o 12 años de Hernani o de Oñate al ver el recibimiento que se hace a terroristas de ETA. Pues probablemente muchos de ellos los verán como héroes que llegan de un presidio injusto y el pueblo, su pueblo, los recibe con veneración: con gente aplaudiendo en la calle, con testimonios de bienvenida, con ikurriñas y antorchas. Quizá hayan leído que así se recibía a los césares en la Roma imperial, a los ejércitos vencedores en las guerras o a los cantantes de moda que llegan a la localidad. Así recibirían, por ejemplo, a Justin Bieber. A algunos de ellos les gustaría ser como los terroristas aclamados. Los héroes y las personas queridas están para ser imitadas.

Estadísticamente, la cantidad de aclamadores no es importante: un centenar, aunque sea un millar de personas, es poca gente ante la cantidad de ciudadanos que repudian esos actos, pero no se atreven a decirlo. Políticamente tampoco es relevante: el pueblo vasco vota en su gran mayoría opciones contrarias a la violencia, se sienten cómodos en la paz que se vive desde la rendición de ETA y no quieren por nada del mundo que vuelva aquel clima de terror que duró medio siglo. Pero tiene un valor simbólico: cuando se está en plena construcción del relato del terrorismo, parece que la memoria se ha puesto a jugar a favor de aquella execrable forma de buscar la independencia.

Si hubo alguna bienvenida que dolió especialmente, ha sido la otorgada en Oñate a Xabier Ugarte Villar, uno de los secuestradores de Ortega Lara: un individuo de crueldad máxima, capaz de tener encerrado en un zulo a aquel funcionario de prisiones durante unos insoportables 532 días. No cabe crueldad mayor ni mayor falta de humanidad. Sin embargo, ahí lo tenéis: parece que el secuestrador ha sido Ortega y Ugarte su víctima. Ha sido tan hiriente la imagen, que el Gobierno vasco ha pedido que suspendan esos recibimientos por sensibilidad y respeto a la memoria de las víctimas y el dolor de sus familias.

Habría que pedirlo, señor lehendakari, por más razones: para que ningún niño crea que un asesino o un torturador puede ser considerado una persona honorable; para que su propio Gobierno no juegue al equívoco en su política de tratamiento de las víctimas; para que la dignidad del pueblo vasco no quede mancillada por esos reconocimientos a quienes pegaban tiros en la nuca, hacían estallar coches bomba y dejaron centenares de viudas y huérfanos en este país; para que el perdón encuentre un lugar en la sociedad; para que la convivencia sea posible sin imponer a los asesinos sobre sus víctimas; y para que cese para siempre esta villanía. Delincuente es quien delinque; villano, quien aplaude un hecho criminal.

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