Albert Rivera perdió el norte

Fernando Salgado
Fernando Salgado LA QUILLA

OPINIÓN

Efe | Zipi

25 jun 2019 . Actualizado a las 10:35 h.

La despedida de Toni Roldán, hasta ahora portavoz económico y peso pesado de Ciudadanos, ha sido impecable en el fondo y en la forma. Se va por la deriva derechista de la formación. Se va porque la dirección de su ya ex partido vulneró el contrato firmado en su día, donde figuraba la tarea de construir puentes desde el centro. Se va porque no comparte los pactos vergonzantes o diferidos con la extrema derecha, que se encuentra en las antípodas de su ideario liberal. Se va porque no entiende cómo se puede combatir el frentismo de rojos y azules «si nos convertimos en azules». Y se va, sobre todo, porque la descabellada estrategia de Rivera tiene costes «demasiado altos» para España.

Si hubiese que hacer alguna precisión al argumentario de Roldán, solo se me ocurre un leve matiz. Albert Rivera no solo abandonó la posición de centro: de un tiempo a esta parte perdió el norte. Sus desvaríos se iniciaron con la conmoción sufrida en la moción de censura, momento en que la demoscopia ya lo había investido presidente, y se agravaron con el paso del tiempo. Comenzó a padecer alucinaciones, Pedro Sánchez como pesadilla recurrente. Un monstruo que venía, espada en ristre, a cargarse la Constitución y trocear la nación: cómplice de Torra y Puigdemont, mil veces más perverso que Santiago Abascal y cierra España. Al principio Rivera aún hacía distingos entre la fauna de sus enemigos: había una especie susanista o pagista, aceptable o recuperable, y otra, la sanchista radical, que había que extirpar. Pero ahora ya perdió toda capacidad de discernimiento en el centroizquierda: tanto monta, monta tanto, Sánchez como Torra, Maragall como Colau, Valls como Iglesias, Toni Roldán como Mariano Rajoy o Javier Nart.

Habrá quien me critique por reducir el caso Rivera a un problema de trastorno de la personalidad. Y tal vez tenga razón, pero yo no encuentro una explicación racional. Porque, en términos de análisis político o de estrategia partidista, tampoco se entiende. Su propósito de aprovechar el declive del PP y conquistar la hegemonía en la derecha no se compadece con resucitar a Casado, insuflarle oxígeno a un líder que parecía moribundo y apuntalarle su poder territorial en municipios y comunidades autónomas. Y todo ello con el enorme desgaste que supone renunciar a la regeneración de la vida pública que prometiste, blanquear y abrazarse a la extrema derecha, aguantar que tu jefe de filas en Europa te tilde de mentiroso, pasarte por el arco de triunfo los deseos de tus votantes y provocar la ruptura de tu partido que, sospecho, no acaba con la retirada de Toni Roldán y de Javier Nart.

Su negativa a facilitar la investidura de Sánchez significa colocar al país en una difícil encrucijada y al líder del PSOE en un dilema: o se apoya en Podemos y nacionalistas, o convoca elecciones. Cualquiera de las dos opciones, ambas con elevados costes para los españoles, son nefastas para Ciudadanos. Dos maneras de suicidarse a plazos. Una disyuntiva que solo se entiende en clave de un líder desnortado.