Que España sea el segundo país con más esperanza de vida es en realidad una mala noticia, porque significa que tendremos más tiempo para despedazarnos. Si uno cierra los periódicos y enciende el ordenador entra de cabeza en la caverna, sin editores, moderadores ni defensores del redactor o del lector; entra en el país del porquero de Agamenón, y como decida intervenir en alguna polémica de Facebook tiene muchas probabilidades de salir maltrecho, ofendido y humillado. Es la guerra sin cuartel. Y no crean ustedes que se trata de la eterna maldición del enfrentamiento político, no, no. Los españoles se despedazan por cualquier cosa. Esta semana, sin ir más lejos, Luís Pousa, nuestro insigne y sensato periodista, matemático, poeta y soñador; amable y sonriente, ha sido públicamente crucificado como aquel que resucita hoy... por criticar que se corten las calles por las carreras pedestres. Nada más. La técnica es muy sencilla y se fundamenta en los principios del fanatismo más elemental: confundir las ideas con las personas. No es lo que usted dice, sino lo que usted es. Y usted es tonto, y si se revuelve, subimos el grado del insulto. Es como jugar al frontón. Y la pelota cada vez coge más velocidad. Y entonces, como en el patio del colegio de mi infancia, se monta un corro que anima gritando «¡pelea, pelea!».
Y a uno se le quitan las ganas de hablar, claro está, y alguien dice perogrulladas preguntando por qué los más preparados se quedan en sus casas y salen por la tele los más desvergonzados.