La era de Pericles Sánchez

OPINIÓN

OSCAR DEL POZO | Afp

04 oct 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

Mi propuesta es que los meses que dure este Gobierno pasen a la historia como la Era de Pericles Sánchez, una sonora denominación que no solo implica la excepcionalidad del momento, sino la paradójica descripción de un personaje que se ve a sí mismo como aquel Pericles que gobernó Atenas en el siglo V a. C. -o, dicho en lenguaje laico, en el siglo V antes del solsticio de invierno del año 27 de la era de Augusto-, mientras los españoles lo vemos como el esperpéntico gobernador de esta ínsula Barataria en la que, de forma imperceptible, nos estamos convirtiendo. De esta forma, valiéndonos del clásico recurso de la antífrasis, que consiste en escribir lo contrario de lo que se quiere significar, el hecho de rebautizar a Sánchez como el Pericles del siglo XXI nos evita el engorroso deber de calificarlo como el gobernante más desnortado, ignorante e irresponsable de los que tuvo España desde la Constitución de Cádiz.

Más allá del milagro que supone el hecho de rectificarlo todo sin haber ejecutado nada, me parece necesario investigar su extraño empecinamiento en hablar de diálogo y distensión con Cataluña, cuando lo que realmente está haciendo es un monólogo -estilo Dani Rovira- cuya esencia consiste en pronunciar una sarta de disparates con la apariencia formal de una lógica impecable y atiborrada de silogismos en «bárbara». Este choque conceptual entre la chuminada real y la apariencia lógica, hace que se partan de risa las parroquias que integran las dos Españas: la independentista, que gusta de ver cómo el presidente patalea sobre las arenas movedizas del procés, y se hunde sin remedio; y la de los españoles corrientes, a los que les sorprende contemplar cómo, después de criticar sin pudor los silencios y los plasmas de Rajoy, convirtió la Moncloa en un nido de twitteros y monologuistas -como las señoras Celaá y Calvo-, cuyo trabajo consiste en desfigurar matemáticamente la realidad, para hacerla engordar o adelgazar mediante el viejo truco de reflejarla a conveniencia en espejos cóncavos o convexos.

Yo, igual que Felipe González, no entiendo para qué sirve vender los monólogos como diálogos; cerrar los ojos a la evidencia de una rebelión institucional contra el Estado; devaluar todos los riesgos a base de bordear la ley y al sentido común; chapotear en la minoría para salvar su pellejo político; y asumir la jaculatoria del «yo sigo» -como Felipito Tacatún- cuando Torra, los CDR, el Parlament y las calles de Barcelona están pidiendo a gritos que se les aplique el artículo 155 -esta vez en serio- para salvar el match antes de que sea tarde. Pero este Pericles de nuestro tiempo tiene su poder enraizado en la parte más inestable y desleal de su ínsula Barataria. Y por eso ha decidido poner a España en almoneda a cambio de pasar otros seis meses volando en helicóptero y disfrazado de presidente. ¡Triste destino para este país que tiene por presidente al genio que, carente de discurso, acabó especializándose en el sainete monologado!