Un presidente frente a la historia

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

OPINIÓN

10 mar 2018 . Actualizado a las 05:00 h.

No es fácil exagerar la relevancia de lo que ha sucedido. Aceptar reunirse en persona con Kim Jong-un es la decisión más importante que ha tomado hasta ahora Donald Trump. De resultar bien, marcará la década, y hasta le podría valer al presidente norteamericano un Premio Nobel de la Paz tan inesperado como el de Barack Obama, pero más merecido. El único problema es, precisamente, Trump. Y Kim Jong-un. Y todo lo demás.

La idea de la negociación directa es buena, y es un gesto de realismo que hay que agradecer a Trump, aunque no nazca tanto de su sensatez como de su vanidad. Trump cree que la diplomacia es como los negocios, y cree que él es el mejor negociador que existe. Lo segundo es dudoso, lo primero equivocado. La diplomacia no se rige por el principio del máximo beneficio sino por el de mal menor, no requiere agudeza sino prudencia. Pero al menos Trump ha hecho lo único que por ahora ha demostrado que sabe hacer bien, romper tabúes, aunque no siempre rompa los que debería.

En este caso, sí acierta. La estrategia de negarle negociaciones directas a Piongyang y tratar de derrotarlo por medio de sanciones nació en la era Clinton como parte de aquel entusiasmo por el intervencionismo que presagiaba a George W. Bush, y que Barack Obama solo fue capaz de rectificar un poco. La estrategia no funcionó en Serbia ni en Irak, donde acabó conduciendo a la guerra, y tampoco funcionó en Corea del Norte, donde la guerra, por fortuna, no era ni siquiera posible.

Finalmente, ha caído esa venda de los ojos. Es cierto que ha sido Corea del Sur quien ha hecho todo el trabajo de acercamiento, pero no se le puede negar a Trump el mérito de haberlo propiciado, aunque fuese sin querer. Su retórica incendiaria contra Piongyang fue lo que puso en marcha a los surcoreanos, lógicamente alarmados ante la posibilidad de una guerra. También hay que reconocer que, por una vez, las sanciones económicas han funcionado; no las de Estados Unidos y sus aliados, sino las de China, que por fin se ha decidido a presionar a Piongyang.

Lo que vaya a ocurrir ahora nadie lo sabe. Se habla de la personalidad imprevisible de Trump. No lo es menos la de Kim. Pero lo que quiere Corea del Norte está claro: fin de las sanciones y garantías de que el régimen no será derrocado. Aunque es difícil que renuncie a su armamento nuclear, se puede lograr un acuerdo. Pero también puede ser que Piongyang se crezca y, por ejemplo, pida un acuerdo de paz definitivo para la guerra de Corea, lo que significaría forzar la retirada de las tropas norteamericanas. O puede caer en la tentación de convertir todo esto en una maniobra propagandística, dar un puñetazo en la mesa y abandonar la negociación culpando a Washington. O Trump puede cambiar de opinión, como hizo en Oriente Medio, e ir a lo fácil, que es siempre lo que ya hay. Todo dependerá de la imaginación, el tacto, la responsabilidad y el sentido de la historia que tengan los dos negociadores. Hay que confiar en que, de todo eso, al menos tengan imaginación.