Los jabalíes del campus

OPINIÓN

edgardo

Esos jabalíes que fueron avistados hace unos días, mientras curioseaban por el Campus Sur de la Universidade de Santiago, me intrigan

12 feb 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Esos jabalíes que fueron avistados hace unos días, mientras curioseaban por el Campus Sur de la Universidade de Santiago, me intrigan. Primero, porque el jabalí, desde los celtas a Xabarín Club, es uno de nuestros animales totémicos. Y luego porque cada vez que leo esta clase de noticias sobre animales que parecen tener un comportamiento humano no puedo evitar imaginar por un momento que se trata de humanos convertidos en animales, como en los mitos antiguos y la literatura medieval: los compañeros de Ulises transformados en cerdos por Circe, Acteón transfigurado en ciervo por Artemisa para que se lo comiesen sus cincuenta sabuesos de caza; Zeus, que para violar a Europa se encarna en un toro (probablemente un Miura, a juzgar por la descripción de Góngora), el rey Arturo convertido en cuervo...

En el caso de los jabalíes, los precedentes son numerosos. Ese era uno de los avatares del dios Visnú, que se hizo jabalí para, haciendo palanca con sus colmillos enormes, levantar la tierra sumergida hasta ponerla por encima del nivel del mar. También el jabalí que mató a Adonis era en realidad Ares celoso; o según otras fuentes, Apolo en venganza por la muerte de su hijo, no está claro (la mitología griega está llena de crímenes sin resolver).

Supongo que esos mitos y leyendas nacían precisamente de la misma sensación de extrañeza que nos produce a nosotros un animal que de repente parece humano. Los teólogos medievales dudaban en este punto. Eso que se oye tantas veces de que decían que las mujeres no tienen alma es una leyenda urbana -la Iglesia nunca sostuvo tal cosa-, pero lo que sí es cierto es que se dudaba si la tendrían los animales. San Antonio de Padua llegó a darle en una ocasión la comunión a un caballo. En Francia se le rezaba como santo a San Guinefort, que era un perro, concretamente de raza galgo. Al fin y al cabo, eso significa animal: un ser dotado de ánima, de alma, que para los latinos era el soplo de la respiración. Aunque yo creo que son los ojos lo que hace verosímil la humanidad de los animales, incluso cuando se trata de una mirada asustada como la de los conejos o de decepción como la de las vacas.

Me acuerdo de un perro que tenía una amiga mía en Madrid, un beagle inglés, que ladraba hasta que le ponía la Premier League y que se emocionaba escuchando el Youll Never Walk Alone. Se preguntaba ella en broma si no sería la reencarnación de un socio del Liverpool purgando una vida de hooliganismo. Y me acuerdo también de aquel famoso cuervo de Belvís que yo conocí personalmente en mis tiempos de estudiante y que se ponía a gritar «Quero tortilla! Quero tortilla!» cuando el dueño del bar en el que se alojaba sacaba las tapas.

Por supuesto, nada de todo eso demuestra nada. Estos jabalíes compostelanos solo mostraron interés por el Observatorio Astronómico, la Facultad de Farmacia y la de Matemáticas, así que lo único que se puede decir con alguna seguridad es que son de ciencias. Lo demás son especulaciones.

O a lo mejor no, y tienen razón los mitógrafos y las leyendas, y estos jabalíes que se pasearon por el Campus Sur son en realidad las almas reencarnadas de estudiantes que no dieron la nota para entrar en Matemáticas, o las de farmacéuticos que copiaron en un examen y vuelven ahora a expiar su culpa las noches en que no les toca guardia. Y ya puestos, quién sabe si aquel famoso cuervo de Belvís no era, después de todo, el rey Arturo, condenado a alimentarse de tortilla de patatas hasta que llegue el día de su resurrección en Avalón.