Era un lunes de septiembre. 1964. En la pequeña pantalla, Gregory Peck sucumbía a los encantos de Susan Hayward en un drama de proporciones bíblicas (literalmente). La cadena de televisión estadounidense NBC emitía David y Betsabé. Durante el intermedio asomó una niña angelical, Daisy, deshojando una margarita y, con cada pétalo, repasando los números del uno al diez. A continuación, una voz masculina iniciaba una cuenta atrás del diez al uno y el hongo de una bomba atómica invadía la pantalla. Otra voz diferente lanzaba un breve discurso: «Estas son las dos opciones... ». Era el demócrata Lindon B. Johnson en plena campaña presidencial en uno de los anuncios más polémicos de la historia. Él ofrecía la paz y el republicano Barry Goldwater, el holocausto nuclear. En los últimos tiempos la prensa americana se pregunta si Donald Trump es un nuevo Goldwater. ¿Qué tiene en común el millonario con el senador de Arizona que fue candidato republicano en los años sesenta? Que su locura extremista provoca rechazo hasta en destacados miembros de su propio partido (Mitt Romney agita la bandera de los rebeldes, aunque hace dos días utilizaba argumentos bastante parecidos a los de Trump). Y que las opciones demócratas para la batalla presidencial tampoco encandilan a su potencial electorado.
Goldwater se opuso a la Ley de Derechos Civiles del 64, defendió que los problemas de segregación racial tenía que resolverlos cada Estado a su modo, apoyó el uso de armas atómicas en Vietnam y respaldó la aplicación de recortes en las políticas sociales de Washington. Johnson, que no tenía precisamente el carisma de Kennedy, logró el triunfo de forma aplastante, con un 61 % de los votos.