¿Para qué habló ayer el presidente del Gobierno? Básicamente para decir un solemne «aquí estoy yo». Ni renuncia para dejar paso a otro nombre del PP, ni tira la toalla ante las dificultades de investidura, ni da facilidades para que otro partido acceda al poder ejecutivo, ni está dispuesto a ceder siquiera la presidencia del Congreso a un PSOE que solo tiene noventa diputados. Ese fue su ejercicio de autoridad al término del último Consejo de Ministros del año.
Al mismo tiempo deslizó unas cuantas verdades que, aunque conocidas, dichas ayer tienen especial valor: solo un Gobierno de amplio apoyo parlamentario garantizará la estabilidad; no hay por qué negociar nada con partidos que quieren romper España; el prestigio exterior y la confianza interna dependen de la fortaleza del Ejecutivo, y es deseable que exista en el Parlamento la mayoría real de quienes coinciden en los asuntos de Estado. Esto último es lo mismo que dice Albert Rivera: que se debiera salir del laberinto actual con una alianza entre PP, PSOE y Ciudadanos. El formato es lo de menos. Lo importante es aprovechar lo que une para salvar la gobernabilidad del Estado y la estabilidad del país.
Hasta aquí, ni una discrepancia con el jefe de Gobierno. Tiene toda la razón, por no decir que tiene más razón que un santo. Pero es una razón teórica. Lo mismo podría decir cualquiera de esos politólogos que menudean por los programas de televisión y lo suscribiría cualquier escritor de comentario de texto que analice sus palabras.
Ocurre, sin embargo, que la realidad pone muchos interrogantes. Casi podría titular «la realidad, contra Rajoy». Es cierto que ningún otro político tiene más derecho que don Mariano a algunos notables detalles: a reclamar la presidencia del Gobierno por los resultados electorales; a autoproclamarse candidato del PP si hay que repetir las elecciones; a prometer la continuidad de una política económica que está contribuyendo a la creación de empleo; a presumir de respeto y credibilidad exterior y de confianza de los mercados, y a liderar esa alianza de partidos constitucionalistas.
Pero también lo es que, hoy por hoy, solo le respaldan sus 123 escaños, 122 si se descuenta al comisionista Gómez de la Serna. Todas las bases en que se asienta Rajoy son muy valiosas, de lo más valioso que hay en la política española, pero no sirven de nada si no encuentra la base que falta: el apoyo parlamentario. Y ese es el tema. Ese sigue siendo el tema desde el domingo 20. Lo que espero que esté haciendo el PP es tratar de construir esa base. Y lo siento mucho, pero no se ve por ninguna parte. Empieza a sonar como un deseo romántico. Suena más realista programar la repetición de elecciones.