Aprender de las culpas

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

23 nov 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Es verdad que a casi nadie le gusta reconocer sus culpas cuando el resultado contradice los análisis y los propósitos previos. Es lo que ahora les ocurre a las potencias occidentales con la ocupación de Irak y con las primaveras del norte de África. No les gusta reconocer el fracaso, pero lo fue, lo sigue siendo. Ya nadie lo duda.

Lo más difícil de todo es reconocer las nefastas consecuencias. Porque el Estado Islámico es una secuela de la absurda y estúpida invasión de Irak. Como la destrucción de Libia es un efecto de los irresponsables bombardeos contra Gadafi (¡justo cuando el dictador libio se mostraba más prooccidental!). Lo dijo bien el filósofo Slavoj Zizek, del que acaba de publicarse en España Menos que nada. Hegel y la sombra del materialismo dialéctico: «A nadie le gustaba Gadafi, pero destruir el Estado libio no era la solución». Y no lo era, como ahora admiten casi todos, ya sin saber cómo arreglarlo.

Es muy probable que reconocer las culpas sea el paso previo para acertar con los remedios, pero no estoy seguro de que la búsqueda de soluciones esté siendo el objetivo prioritario. Porque son los intereses los que mandan y, en el caso libio, fueron muy especialmente los intereses franco-norteamericanos los que movieron los hilos. En el Oriente Próximo el caos es de tal magnitud que hasta definir los intereses es muy difícil. La aciaga memoria del presidente Bush II seguirá siendo alargada durante muchos años.

¿Tiene solución esto? El ataque perpetrado en París por los yihadistas del Estado Islámico ha abierto una vía de pacto de Occidente con una Rusia que tiene sus particulares intereses estratégicos -nada desdeñables- en Siria.

Creo que todos estos neoaliados, cada uno con sus intereses, se encargarán al menos de controlar el caos hasta que fragüen un interés común que los satisfaga a todos. ¿Es algo posible? Ya no es imposible, esta es la novedad, pero tampoco es seguro. Porque la Siria fuerte, con Al Asad al frente, que quiere Rusia, no la desean Occidente ni Israel. Y la independencia del Kurdistán iraquí que quieren (y casi tienen) los kurdos de Irak no la desean ni Irak, ni Turquía, ni Rusia.

O sea, que aún hay lío para rato. Pero esta vez podríamos estar en el principio de un buen camino.