Ataraxia (tranquilidad de ánimo o imperturbabilidad del espíritu por la ausencia de penas y temores): tal es, sin duda, la palabra que, sorprendentemente, mejor describe el sentimiento que parece dominar a la inmensa mayoría de nuestra sociedad cuando faltan pocos días para las elecciones catalanas y pocas semanas para los comicios generales, dos polvorines que podrían hacer saltar por los aires la Constitución, la paz civil en Cataluña y la estabilidad en toda España.
Sí, ataraxia, o, dicho en castizo, con las palabras que utilizó en Trebujena (Cádiz) el líder jornalero Paco el Vázquez (¡ojo, no confundir!) para calmar a quienes ante el cuartelillo (eran los últimos años del franquismo) exigían su puesta en libertad: «Que aquí no pasa ná; y si pasa, que pase».
¿Aquí no pasa ná? Hombre, sí que pasa. Y mucho. Pasa que el 28 de septiembre podríamos encontrarnos, si el pueblo catalán no lo remedia, en la vía muerta de una declaración de independencia, inconstitucional y delictiva, ante la cual no cabría más que la puesta en marcha de los mecanismos de protección de la unidad del Estado y la soberanía nacional previstos en la Constitución y de los procedimientos destinados a perseguir a quienes cometen un delito. Y pasa que el día 14 o 21 de diciembre casi seguro tendremos un Congreso de los Diputados (por ejemplo, según publicaba La Voz antes de ayer, el previsto por Sondaxe: 118 diputados el PP, 85 el PSOE, 61 Podemos, 44 Ciudadanos) que hará pura y simplemente imposible la gobernación de un país que, para asegurar la salida de la crisis, necesita de la estabilidad como del agua los sedientos.
Y, sin embargo, parece tal que si en España millones de personas estuviesen convencidas de que el desafío secesionista catalán, o no será o, si es, se resolverá por arte de magia; y, también, de que, sea cual sea el resultado de diciembre, al final habrá Gobierno; y, con él, estabilidad; y, con ella, completa salida de la crisis.
¿De dónde nace ese optimismo berroqueño, esa ciega confianza en que aquí nunca pasa nada y si pasa, pues tampoco? Aunque resulte paradójico, nace de nuestra historia más reciente (la de la transición y la construcción democrática), ahora por tantos denigrada, pero origen de una experiencia en la que los problemas siempre se resolvían, con alto consenso, generosidad social y sentido del Estado.
Esas tres virtudes públicas se han esfumado tiempo ha de la política española y así estamos: convencidos de que nada pasará, pero con el desastre dando golpazos en la puerta. Se dice en Alemania que es muy fácil transformar una pecera en sopa de pescado, pero muy difícil lo contrario. Nosotros, que construimos una pecera razonablemente confortable, la hemos convertido, irresponsablemente, en sopa de pescado. Y en eso estamos: triturando todo lo que se nos pone por delante.