Grecia: pero ¿quién ha chantajeado a quién?

Roberto Blanco Valdés
Roberto L. Blanco Valdés EL OJO PÚBLICO

OPINIÓN

08 jul 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Si labýrinzos no fuera una palabra que, a través del latín (labyrinthus), hemos recibido de los griegos, merecería ser así, visto el enredo formidable en que la increíble irresponsabilidad de Alexis Tsipras, apoyado por la extrema izquierda y la extrema derecha del país heleno, ha metido a Grecia y, con ella, a Europa entera.

Tsipras convocó a la brava un referendo demencial sobre una propuesta inexistente (la de la troika, que votaron los griegos el domingo, había sido retirada tras rechazarla su Gobierno), cuyo fondo resultaba incomprensible para el 99 % de los electores del país y sin medir para nada los devastadores efectos que el resultado de la consulta, ganase el no o ganase el sí, tendría para Grecia y para Europa.

Fue así cómo el referendo pasó a ser de inmediato un plebiscito sobre Tsipras. Y como este, elevando su irresponsabilidad a la máxima potencia, agitó para ganarlo la bandera del populismo (la dignidad herida de los griegos), el más tosco nacionalismo (Grecia será el David que venza a Goliat) y ese burdo antieuropeísmo que explica el apoyo entusiasta a la consulta de los neonazis griegos (Amanecer Dorado) o franceses (Front National) y las felicitaciones por la victoria del no de Cristina Kirchner, Evo Morales o Raúl y Fidel Castro.

Antes del referendo, la dificultad para encontrar un acuerdo entre Grecia y sus acreedores residía en el contenido de la negociación: dinero, plazos y reformas. Después del referendo todo ha cambiado porque aquel se ha convertido en un corsé de acero para los negociadores: para Tsipras, que ya no puede aceptar hoy por mandato popular lo que iba a firmar hace tan solo 12 días, cuando la rebelión de Syriza lo llevó a la locura de enfrentar a los griegos con la UE; y para las instituciones europeas, que, de cambiar de posición de forma sustancial, enviarían a los países de la Unión un mensaje inadmisible para quienes (portugueses, italianos, irlandeses o españoles, por ejemplo) nos hemos visto obligados a aceptar las duras políticas de austeridad pactadas en la UE sin que nuestros gobernantes hayan agitado contra ellas el nacional populismo antieuropeo bajo el que el Gobierno griego se ha escondido para no reconocer la evidencia de que ganó las elecciones con un programa imposible de cumplir.

Y es que el fondo del problema griego ya no es solo económico, al afectar a la médula política del proyecto de la UE. ¿Pueden 3.800.000 personas (que fueron las que votaron no en el referendo) poner en jaque a una UE de más de 500.000.000 habitantes? ¿Puede cualquier Gobierno de la UE romper las reglas de juego pactadas entre todos cada vez que le convenga para no tener que aceptar que ha mentido a sus votantes? Eso, y no solo un debate sobre dinero, es lo que el auténtico chantaje -el de Tsipras- ha puesto encima de la mesa de la UE.